Munificencia

Por: CARLOS TRUJILLO SIERRA

Qué difícil librarse del miedo, qué difícil zafarse de esas telarañas fantasmales, qué difícil atenuar la miseria humana, propia y ajena. A mis pacientes receptores, pacientes, no por enfermedad sino por soportar mis elucubraciones, semana a semana, les pido disculpas por robarles un espacio para dirigirme directamente al Presidente de la República con un problema chiquitito pero que se multiplica por miles y tal vez millones de casos: Pasó el año nuevo, decurre el mes de enero y me llega –un poco demorada- la notificación de mi pensión jubilar.

No sé si usted pueda asombrarse todavía -en esta actualidad en la que nos toca vivir por el momento- mi aumento llega a 5 dólares y unos centavos que casi completan los 17 centavos diarios. Usted habla con demasiado candor de los viejecitos (solo un poco mayores que usted) pero sus representantes en el IESS nos tienen apercollados con propaganda cara, engañosa y locales vacíos (haga un censo de los locales vacíos en toda la nación). Esta es una verdad. Ojalá los comedidos de la Senain y de la Supercom le hagan llegar mis palabras “sediciosas”.

Vuelvo a la munificencia. No sería de ustedes, considerados lectores, ni siquiera de los que guardaban los pocos cientos de miles de dólares en billetes -en lo que en algunas partes del agro llamaban soberados- pero sí de aquellos para los cuales un millón no es nada, cinco millones es un regalito de navidad o de cumpleaños pero los miembros de esa cofradía quedaban felices y en silencio recibiendo cientos y miles de millones de dólares bien protegidos informáticamente en el sistema financiero internacional.

Eso sí es munificencia, cuatro sapos –no cuatro pelagatos– vuelan en un jet privado de continente en continente imitando a los jeques árabes. Qué diferencia del paraíso ecuatoriano –polvoso, lodoso, ventoso, lleno de juicios por faltantes de 90 dólares, de 5,000 dólares y cuando ya llegan a los cien mil ya casi nadie los persigue ni los reclama. Somos munífices, perdonando y olvidando el robo de los tesoros de Alí Baba y los 40 ladrones. Generosidad sin nombre y sin límite.

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