Nelson Román presenta ‘Las manos que hablan’, en Quito

MAESTRO. Presenta una serie de obras antológicas en esta muestra.
MAESTRO. Presenta una serie de obras antológicas en esta muestra.

El artista exhibe ‘Las manos que hablan’ en la Alianza Francesa, donde rescata al dibujo.

Ahí está Nelson Román el día de su cumpleaños, a pocas horas de la inauguración de su exposición ‘Las manos que hablan’. Camina en medio de la sala de exposiciones de la Alianza Francesa, y su andar es como la caricia de unos dedos a las páginas de un libro: Román escribe con dibujos y pinturas; Román presenta una muestra que es toda una antología.

Un recorrido de su vida artística desde el dibujo cuelgan en las paredes. Obras de distintos formatos muestran sus búsquedas y hallazgos desde los 70’ –cuando su lema era: “todos para uno y uno para todos”, como buen mosquetero-, hasta sus últimas producciones.

“Con esta exposición me propuse recuperar al dibujo, tan mal catalogado como arte menor, cuando es la estructura de toda creación”, dice con total solemnidad Román.

Esa solemnidad con la que ha optado por ser un jaguar, más allá de que el horóscopo azteca así lo diga. “Su mirada felina, el ojo del jaguar, es lo que te permite desde tus raíces ver el mundo. Desde nuestros aborígenes mirar la universalidad”, manifiesta el artista, quien toma tanto lo chamánico como lo guerrero del felino.

Propuesta
Román (Latacunga, 7 de febrero de 1945) mira con profundidad sus cuadros ‘Los olvidados’ (1971) y ‘Onírico’ (1972) –este último con el que consiguió el Premio París-, y la memoria empieza a cobrar fuerza.

“Recuerdo cuando junto con Washington (Iza) fuimos a San Lázaro, donde los locos, donde los olvidados. Sus miradas hicieron mella en mí”.

Una huella tan profunda como la que le dejó su paso por Francia, que puede apreciarse en la serie ‘Visiones y alucinaciones de París’, toda una oda en trazo a la Torre Eiffel. “Para mí, llegar a París es igual a como cuando un astronauta llega a la Luna”, manifiesta.

Y qué decir de la infancia, del taller de su padre, Salvador, y la aproximación que tuvo con las máscaras realizadas por Alejandro Jacho. Esto se devela en dos dibujos de gran formato titulados ‘Cotopaxi’.

También está la descomposición -o (re)creación- de su reconocida obra ‘Escucha el sonido de la serpiente, el jaguar y el águila venidos con el viento’, donde más de tres décadas enseñan que el terror y las problemáticas sociales continúan vigentes, y que recuerdan “que el arte es un archivo de sensibilidades, que puede enseñarnos nuestros tropiezos”.

De esta manera, se puede observar la evolución del artista, quien no olvida las geometrías primigenias, lo erótico que puede representar el salto de un pez, el misticismo que puede encerrar el mínimo elemento de la vida.

Referencia
Román acude a Miguel Ángel para explicar que sus manos hablan porque pinta con el cerebro. También recuerda a Picasso al manifestar que si no tuviese con qué pintar, tomaría saliva con su índice y dibujaría en una pared.
La honestidad de Román radica en no esconder los guiños que ejecuta a sus referentes, como concentrarse en el lado profano de Caspicara, o los que el público interprete libremente. Así aparecen hasta ciertos diálogos con Goya.

“Si no tuviese artistas y obras de referencia, sería un extraterrestre. Lo importante es la destrucción y reconstrucción que realizas”, sostiene.

Resulta imposible que no aparezca el ‘azul-román’ que lo caracteriza, ese tono que lo transforma en un alquimista de la paleta y que logra que su tono se grabe en la pupila de todos quienes lo observan, de todos aquellos que dialogan con sus manos. (DVD)