Pocho Álvarez: La cámara te hace ver al otro como hermano

“Mi cámara nunca dejará de gritar contra la injusticia y el olvido”.

Nosotros, una historia. Luar Trocas. Tóxico Texaco Tóxico. Ale y Dumas, uno es dos y dos son uno. Jorgenrique. A cielo abierto, derechos minados. El Conejo Velasco. Muisne, aquí nos quedamos Biejo Lucho. Acoso a Íntag. Mi barrio Bolaños… La lista resulta enorme como enorme -y a la par frágil, dulce y sereno- es su autor.

Pocho Alvárez no para. La semana anterior estrenó Hugo, territorio rebelde. Es un documental sobre la criminalización a los defensores de la vida en Íntag. Y hay tantas historias más de las cuales dar testimonio y a eso se consagra en su casa en las faldas del Pichincha. Un espacio en que mazorcas de cacao amazónico, maíz morado y bototos abrigan el espacio para charlar.

¿Cuánto pesa un recuerdo de infancia en su opción de vida por el documental? Una casa en Riobamba, indígenas de poncho rojo en el patio, su padre médico atendiéndolos, en una atmósfera que huele a tierra húmeda y fogón…

En la infancia hay imágenes imborrables que te marcan inquietudes respecto de los universos que te habitan. El universo indígena me habitó permanentemente por su resistencia. Si algo me conmovió profundamente es ese universo de ponchos rojos y pieles curtidas. Me dio una luz para seguir.

¿La cámara, más que cámara, es una linterna?

La cámara es una suerte de linterna para encontrar al otro. La cámara necesita de dos luces. La luz del sol y de tungsteno. Y la luz del corazón y del conocimiento. Sin estas dos luces es complicado filmar.

¿Cuánto debe el país al indígena?

Su capacidad de respuesta y lucha. Su capacidad de aportar creativamente a la construcción de un nosotros. En algún momento el país deberá abrirse para nutrirse definitivamente de los pueblos originarios. No desde el paternalismo, sino desde el hecho de sumar para multiplicar. Y esa inmensa capacidad de juntarnos la ha sabido explotar el cine. Nos hemos interiorizado en cada uno, nos hemos reconocido habitantes del otro y hemos permitido que esos otros nos permitan construir un nosotros más solidario, más afectivo.

¿Cuál es el punto de inflexión por el cual la cámara de Pocho Álvarez se decanta por el documental?

El andar de cámara es un descubrimiento del otro. Es un viaje de ida y vuelta. Un viaje a un tema y al mismo tiempo a tu interior. Cuando filmé el documental Piel dolor, que es sobre violencia de género, me dolió intensamente porque no tenía ni idea del nivel de violencia contra la mujer que hay en Ecuador. Si hay algo que puedo decir con propiedad es que al país le unifican dos ámbitos: la Selección de fútbol y la violencia contra la mujer y el más débil. Es una violencia socialmente aprendida. La cultura de la violencia es un ejercicio de poder. Pasamos 10 años de eso desde la Presidencia. Por eso el cine te transforma, porque te permite reconocer al otro que te habita no como un extraño, sino como un hermano.

En Occidente, la historia siempre se ha contado desde el poder. Pero hay verdades que fluyen desde los cerros del Toisán hasta Íntag, en la cordillera del Cóndor, en los movimientos obreros, en el pensamiento de Jorgenrique Adoum… ¿El documental de Pocho es el contrapeso a esas historias ‘oficiales’?

Uno se nutre de los otros. Si no te dejas tocar, no te alimentas de esa diversidad. En esa medida, el documental se nutre de la imaginación que existe en la propia realidad. ¿Quién se iba a imaginar, por ejemplo, que la esperanza por la cual la gente votó hace 10 años se haya convertido en castigo y corrupción? Por eso, la razón por la cual uno filma sigue allí: la injusticia. Y la intención es dar testimonio de una sociedad que sea protagonista de su caminar, sin apostar por el mesianismo de los tramposos políticos.

Al recordar algunos de sus trabajos, particularmente sobre el movimiento obrero, esa sociedad sigue a la espera del líder. ¿Por qué?

Porque construimos una sociedad en la cual la crítica no se ejerce. Si te llaman solo cada cuatro años para que opines, y en las urnas, ese sistema no sirve. Hay que profundizar la democracia.

¿Por qué la izquierda no hizo carne esta reflexión?

Porque es dogmática. Porque cambió de catecismo. La gente de izquierda, por ejemplo, se calló ante los atropellos de un gobierno de ‘izquierda’. Por eso, como te dije, allí está mi punto de quiebre: la injusticia, la explotación como premisa del mañana, la eliminación de los derechos, la ausencia de verdad en las prácticas del poder… Mientras eso exista siempre habrán cámaras que filmen. Pero no solo he hecho eso: también he filmado sobre amigos entrañables, como Jorgenrique Adoum. En el fondo, lo que uno hace es gritar. Unos gritan con la voz. Yo grito con la cámara. Mi cámara nunca dejará de gritar contra la injusticia y el olvido.

Usted recuerda a Jorgenrique y al ‘Conejo’ Velasco. Filmar sobre ellos fue un pretexto para hablar de la sociedad que les acompañó…

El colectivo te hace ser lo que eres. Jorgenrique Adoum no se debe a sus orígenes árabes, sino a la raíz andina que cultivó en su palabra y al país que amó, pero que, como él escribía, hace honor a una línea imaginaria…

‘Nadie sabe dónde queda mi país’…

Exacto. Un país limitado por sí mismo… Adoum es un personaje que cruzó mi vida desde muy temprano. Cuando yo era muy joven hicimos un libro de fotografías: Ecuador, imágenes de un pretérito presente. Yo le envié imágenes a París y él escribió de vuelta los textos. Él decía que la fotografía es el arte que en el mismo instante de ser ya fue.

El ‘Conejo’ Velasco fue otro personaje que representó un quiebre para Usted.

Sí. Él fue uno de esos personajes a los cuales el cine ecuatoriano debe muchas películas. La generación del ‘Conejo’ buscó una construcción distinta de la izquierda. Una izquierda no dogmática. Cuestionó al Partido Comunista y apostó a la organización de la gente. Del movimiento de resistencia de los 70 nacen lo que ahora se denominan movimientos sociales. Aquella fue una confluencia de muchas efervescencias, porque también está la Iglesia con la teología de la liberación, con monseñor Proaño liderando ese proceso en Chimborazo y Cándido Rada en Bolívar. Pero también está otro universo que descuidamos y es víctima de exclusión: la Amazonía… (IFP)