La guerra que se perdió

Daniel Marquez Soares

A Hollywood le fascinan las historias de heroicos periodistas que defienden los altos valores de la civilización ante la perfidia de los poderosos. En un mundo en el que los principios rectores de toda vida parecen llenarse de dinero, caer bien y aparentar ser feliz, es inevitable admirar a quien en nombre de sus principios manda al demonio a los tres. El periodista cascarrabias, amargado y mal pagado, armado apenas de pluma y valor, encarna ese papel a la perfección.

La nueva película de Steven Spielberg, que narra la lucha del Washington Post contra la Casa Blanca del malvado Nixon en nombre de la libertad de prensa y la transparencia democrática, le valdrá simpatía popular a la prensa. Excelente. No obstante, sería fatal que nos distrajera de las verdaderas batallas y nos hunda aún más en la errónea creencia de que las victorias judiciales y conquistas institucionales equivalen a progreso real.

La escena de la planilla mayor del Post celebrando su triunfo en las gradas de la Corte Suprema de Justicia mientras el presidente corrupto rumia en su despacho su derrota entre alaridos es engañosa. El verdadero desenlace fue otro. Hoy los políticos norteamericanos son menos transparentes y más poderosos; se conducen, sobre todo en sectores claves como política fiscal, defensa, o política monetaria y con un secretismo tecnocrático mucho mayor al de la época de Nixon. Mientras el Post terminó en manos del más representativo capitalista inescrupuloso de la nueva economía: Jeff Bezos, el especulador de Wall Street fundó Amazon. Esa pelea no la ganó la democracia ni la transparencia.

Tanto la dominación como la rebelión se han vuelto menos gloriosas y violentas. La muerte de la libertad de prensa ya no viene en forma de censuras, golpizas o baleados, sino de poco elegantes quiebras o de abortos empresariales, proyectos periodísticos que nunca llegan a salir de la mente de sus creadores ni de los bolsillos de los inversionistas. La resistencia no se da en tribunales ni en imprentas clandestinas, sino en el silencioso y mal renumerado trabajo que tantos reporteros llevan a cabo con mística y minuciosidad, desafiando toda lógica de mercado. Ninguna película debería distraernos de eso.

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