Matar al mensajero

Roque Rivas Zambrano

“La corrupción mata a los periodistas”, esa es la conclusión a la que se llega luego de leer el Índice de Percepción de la Corrupción 2017, divulgado por Transparency International (TI). Esta publicación, que se hace cada año, muestra que casi todos los reporteros asesinados desde el 2012 murieron en países con altos niveles de corrupción. Para graficar esta realidad, basta con hacer una referencia: México, país que ocupa el puesto 135 de los 180 países que conforman el ‘ranking’, registró, en el 2017, la peor cifra de periodistas asesinados (52 desde el 2010).

El contexto de violencia en el que se dan estos hechos tiene relación con la guerra contra el narcotráfico. Quien husmea en estos terrenos está condenado a desaparecer. Lo más grave es que aquellos que realizan estos crímenes saben que gozan de completa impunidad, porque los casos no son investigados ni los culpables son castigados. Ante la falta de justicia, el periodismo de investigación se convierte en una acción suicida. Sacar a la luz hechos de corrupción es enfrentarse al poder y nadie sale bien librado de ese cometido. Patricia Moreira, directora ejecutiva de TI, mostró su preocupación ante esta situación al declarar: “ningún activista o periodista debería temer por su vida cuando se expresa contra la corrupción”. Para Moreira, “ante la embestida que sufren hoy en todo el mundo la sociedad civil y los medios de comunicación, debemos hacer más para proteger a aquellos que denuncian este fenómeno”. Deberían existir políticas públicas que garantizaran la integridad de los reporteros de investigación. Sin embargo, ante la inexistencia de ellas, organizaciones como Reporteros Sin Fronteras (RSF) han creado sus propios manuales de seguridad para periodistas. Al final, son estas medidas de autopreservación las que permiten alargar la vida del mensajero.