Sin víctimas y sin sorpresas

Daniel Marquez Soares

Pocos mitos son tan difíciles de derrumbar como el del seductor tirano que, con cantos de sirena, precipita a un pueblo a su destrucción. Incluso Henry Kissinger, al escribir sobre la Segunda Guerra Mundial se refirió a esta como una tragedia que hubiese podido evitarse con la oportuna eliminación de un solo hombre. Asimismo, nos encanta fantasear sobre cómo hubiese sido el mundo si el oficial que detuvo a Mao en la guerra civil lo hubiese fusilado rápido, antes de que se le escapara por los matorrales, si Stalin hubiese muerto en su adolescencia criminal o si a Castro no lo hubiesen soltado de la cárcel.

Esa visión del villano encantador irresistible es una mentira que solo sirve para darnos alivio de culpa. En su libro sobre el descalabro venezolano, publicado en español hace un tiempo bajo el título ‘¿Cuándo se jodió Venezuela?’, el periodista Raúl Gallegos echaba a la basura la tesis del Hugo Chávez seductor y maléfico que había arruinado un país próspero y bien encaminado. A lo largo del siglo pasado, Venezuela ya había enfrentado varias siniestras crisis económicas producto del despilfarro del dinero público, que habían obligado a fijar precios, acudir a controles de cambio y regular importaciones, y culminado con masivos estallidos de violencia.

Explica que la inaudita permanencia del modelo se debe a que también hay ganadores: la banca privada que gestiona la deuda gubernamental; los burócratas y militares que tienen acceso a dólares baratos que luego revenden en el mercado negro; los conductores que tienen gasolina prácticamente gratuita; los cientos de miles que acaparan, contrabandean o venden en el mercado negro bienes que compran a ridículos precios subsidiados; los que reciben sueldo por decreto en un trabajo inútil o una casa regalada. La culpa, en fin, asegura, no es de Chávez, sino de los propios venezolanos, a quienes cien años de petróleo les hicieron creer que la riqueza viene sola, que hay que derrochar en las épocas de bonanza y, en las de crisis, apenas esperar.

Los tiranos solo pueden conducirnos a los huecos que nosotros ya hemos cavado. Quienes suelen sepultar a los países son sus demonios seculares.

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