Voluntad e inteligencia

Daniel Marquez Soares

Tras el trágico asesinato del equipo de periodistas de El Comercio, una sed de sangrienta venganza se ha apoderado de un importante sector de nuestra población. Desde llamados a la violencia militar hasta la cansina repetición del mito febrescorderista de que la represión salvó al país se escuchan en estos días de frenesí justiciero. Hemos olvidado lo inútil que es la violencia desbocada en una situación como la que atravesamos.

Vivimos en una sociedad en la que la agresión, como cualquier otra interacción social, está ritualizada, regida por códigos, tabús y reglas. No nos parece correcto apelar a insultos en una discusión, ni a golpes en una pelea verbal. Si nos cogemos a golpes, se sobrentiende que no es correcto echar mano de cuchillos o pistolas. Por una cuestión de civilidad y decoro, nos limitamos. Es comprensible que, en ese contexto, juzguemos a la violencia como una suerte de atajo prohibido: su uso no es lícito, pero funciona y, si llegáramos a necesitarlo, podríamos ahorrarnos tiempo y saliva usándola.

Ante la apreciación anterior, vale la pena recordar que, en el contexto bélico o delincuencial, la violencia ya no es ritualizada, sino que ha rebasado los límites contemplados por la sociedad en el día a día. El grado de devastación y sufrimiento que se infringe en ese contexto viene dictado apenas por consideraciones económicas o logísticas, no morales. En el día a día, un golpe puede resolver una discusión, pero en una guerra ya de por sí violenta al extremo, vulnerar las pocas convenciones que quedan no va a hacer ninguna diferencia. La historia está repleta de ejemplos que demuestran, desde África hasta Centroamérica, que la violencia irrestricta no sirve para terminar con el terrorismo, sino solo para darle placentero alivio temporal a sujetos macabros que saborean matar.

Lo que sí hace la diferencia, como Fujimori, Uribe, Putin y muchos otros han demostrado, es una férrea voluntad política de vencer y un minucioso trabajo de inteligencia. A la larga, la capacidad de tomar decisiones y de resolver problemas complejos a través del trabajo en equipo son las principales virtudes que los humanos tenemos. Si para solucionar un conflicto bastara simplemente con descender al salvajismo, hace mucho que habría paz en el mundo.

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