Creer en lo Increíble

AUTOR Nicolás Merizalde

Se cumple medio siglo del mayo francés del 68. La sana distancia que brinda el tiempo ojalá nos permita acercarnos a un análisis más objetivo de aquellas semanas de ebullición y catarsis.

Lo que me interesa ahora, es contrastar la clase de sociedad, de juventud y de academia que tenemos hoy en comparación a la de la época. Cargado política e intelectualmente, las calles de París fueron el escenario de una extraña unión entre los ciudadanos y los intelectuales. Una explosión de pasión. Es probablemente la última revuelta romántica, desordenada y despeinada de occidente. Lo cual, no necesariamente quiere decir que haya sido lo óptimo; la pasión desenfrenada muchas veces pierde el rumbo, o quizás nunca lo tiene. A pesar de eso, es preferible contar con una sociedad apasionada a una podrida por su propia indiferencia. Si perdemos solidaridad, empatía e identificación con lo que pasa alrededor, con lo que pasa al otro, entonces estamos perdiendo sociedad, civilización y paz. No hay justicia ni paz posible si no tomamos consciencia de lo que sucede fuera de nosotros. Imposible no tener escalofríos cuando nos damos cuenta que el interés de mucha gente con respecto a los graves problemas que nos aquejan como la inseguridad, el terrorismo, el machismo o las violaciones a los derechos no pasan de la burla o del morbo.

“Creemos en la utopía porque la realidad nos parece increíble” gritaban. Hoy, la utopía ha muerto y la realidad nos resulta inalterable, nada nos sorprende y nada nos deja soñar. No quiero pecar de irracional si apuesto por una realidad mejor. Pero tampoco puedo ser un optimista cegatón que viendo como nos hundimos en el conformismo se deja engañar por la ilusión. Utopía, es una mala palabra para la modernidad; porque pierde el tiempo en soñar. Si ese es el problema, démosle nueva vida y agreguemos el verbo actuar.