Un milagro de mamá

POR: Germánico Solis

El márquetin es exacto, crea y calcula fórmulas con las que ha de obtener ingentes beneficios, para ello planifica campañas utilizando imágenes visuales y auditivas con la finalidad de que el producto o servicio sea aceptado por el consumidor, que es blanco de sus apetencias. Cualquier acto será pretexto para posicionar patrocinadores, marcas y mercancías, llenando el mercado con ofertas, descuentos, premios ilusorios que de modo subliminal obliga a meter la mano en el bolsillo o darse prisa a utilizar la tarjeta de crédito.

Los festejos al Día de la Madre son aprovechados para estas demandas. Con precisión en este tiempo, los creadores ponen en evidencia sus ingenios y ven el homenaje como oportunidad para obtener resultados de capital, a sabiendas que se falsea la esencia y mirarlo con temeridad e insensibilidad, menguando el valor de la madre y de los sentimientos que la humanidad tiene para ella, su nombre se manosea para alcanzar inicuos fines.

El cariño a la madre debe expresarse todos los días se dice, y que no es necesario manifestarlo con presentes impuestos por el consumismo, sin embargo, el poder de las grandes empresas, logran que olvidemos cualquier premisa noble, utilizando a cada mortal para replicar que el amor a la madre se demuestra entregando fabricaciones suntuarias, y de no hacerlo, encausarnos como parias fieles al desamor.

Al parecer quedó en el olvido la esquela elaborada en la escuela en la que con corazones dibujados y frases sencillas se expresaba el amor a la madre, pocos llevan flores en las manos, y no tantos escribirán versos en loa al ser más sublime de la tierra.

¿Dónde estarán los niños recitadores que con decidoras poses, con manos y gestos besaban la frente de su madre? Quizá ya estamos maduros, remembrando la dulzura de la madre zurciendo medias, peinando a los hermanos, hilando el porvenir, madrugando para cumplir con innumerables tareas, o como en el caso de las matriarcales madres que juntando a sus hijos batían un par de huevos en un plato, para alcanzando el “punto de nieve” y como obra de un mago hacer aparecer la abundante espumilla que otrora juntaba a toda la familia.