Conductas inclusivas

Ángel Polibio Chaves

Cuando se habla de inclusión, generalmente viene a nuestro pensamiento aquello que tiene que ver con personas con algún tipo de limitación física o mental, a las que se debe proveer de medios para que puedan acceder a determinados bienes o servicios. Este concepto, que es conveniente que cada vez se halle presente en todo tipo de actividad o decisión no solamente en el ámbito público, sino también en el ámbito privado, no debe constituir el único referente para ir construyendo una sociedad inclusiva.

La idea es que el concepto se vaya tornando en una conducta, lo que necesariamente implica sobre todo un cambio de mentalidad y de actitud frente a los demás, y que debe hallarse presente en todos los espacios y momentos de nuestra vida.

No se trata entonces solamente de cumplir con la ley y a veces en forma desprolija tomar en cuenta la norma para determinada decisión, como la instalación de rampas cuya inclinación es tan pronunciada que la silla de ruedas debería transformarse en un tractor de oruga con un poderosos motor para hacer posible su utilización; se trata ante todo de considerar la situación del “otro”, lo que nos llevaría a comprender que el tema de la inclusión va más allá de lo meramente físico, pues debe ir de la mano del concepto “acceso”; lo que implica, como se podrá comprender, que supera lo meramente material; es absolutamente integral.

Por ello cabe considerar el tema de la inclusión en el terreno conductual, como sugiere el título de este comentario. Casi supone una actitud de vida frente a los demás; una preocupación permanente respecto de si el “otro” podrá acceder a determinada situación o servicio, lo cual, en determinados casos implica también renunciamientos.

¿Estamos en la condición humana de asumir una conducta inclusiva en los términos planteados?