La Casa de Papel

Borges decía que no existe persona lo suficientemente mala como para ir al infierno ni tan buena como para merecer una eternidad en el paraíso. Una banda de atracadores, la casa de moneda española, un soundtrack supremo y caretas de Dalí ¿Son suficiente para que tiemblen nuestras concepciones del bien y del mal y demostrar esta teoría?

Si hay una lección que me ha dejado entre reflexivo y perturbado tras ver la Casa de Papel (el último fenómeno pop de Netflix) es lo bueno que pueden llegar a tener los malos y lo malo que puede haber dentro de los buenos.

Cada personaje es una muestra de lo complejo de cada ser humano. No son solo una banda de desarrapados que escupen en la ley sino personas con ansiedades, con miedos, con traumas, con amor y con sueños propios e irrepetibles. Un torbellino humano encerrado en una botellita. Eso no hace que el resultado cambie, a grandes rasgos se siguen mereciendo una celda. Pero el verdadero interés de todo, está en comprender cómo el bien y el mal no están puestos en cantidades puras dentro de nosotros. El más gentil y virtuoso guarda defectos, errores y vicios. Todos tenemos claroscuros, todo el mundo es una suma de matices. Y por lo tanto toda generalización siempre resulta engañosa y dañina.

Me parece necesario tomarlo en cuenta cuando en el país ha comenzado a brotar una ola de xenofobia que solo genera más víctimas y alimenta la irracionalidad social. Generalizando entre el bando de los buenos, los justos, los trabajadores y los malos, y pendencieros. No hay tal. Razonamientos poco razonados como estos han llevado al poder a genios del odio como Donald Trump, empeñado en culpar de sus desgracias a los migrantes.

Hay gente inocente y gente culpable, y cada uno es responsable y consecuente de lo que hace; pero no hay colectivos que puedan cargar con esos calificativos justamente.