El Premio Nobel

Leí hace algunos años el libro del escritor norteamericano Irving Wallace que lleva el título de este artículo. Todo comienza cuando el telegrama comunicando la concesión del Premio Nobel es entregado a seis personas que se hallan esparcidas por todo el mundo. Tras el primer momento de júbilo, cada una de ellas comprende que a partir de entonces no solo su obra sino hasta el menor detalle de su vida privada, se hallarán expuestos a la publicidad internacional. Un novelista norteamericano se pregunta si estará bastante sobrio para recibir el premio. Un físico alemán se siente perseguido por los compromisos que se vio obligado a aceptar para sobrevivir. Un neurótico cirujano cardiólogo ve su gozo amargado por unos celos profesionales que no puede refrenar. En París, el telegrama anuncia la concesión del premio a unos cónyuges cuyo matrimonio está a punto de hundirse en circunstancias escandalosas…

Pues hoy resulta que, por unos escándalos de filtraciones y supuestos abusos sexuales que la ha colocado en una crisis histórica, la Academia Sueca que otorga el famoso premio, este año no lo concederá en la subcategoría de Literatura. La pérdida de confianza del mundo exterior en esta institución y por su propio debilitamiento al perder su dignidad, respetabilidad y credibilidad.

Todo lo contrario a lo que Wallace escribe en su libro: “Los miembros de la Fundación Nobel no juzgamos a nuestros nominados por su personalidad, su carácter o sus excentricidades. No nos interesa saber si nuestros ganadores son borrachos, drogadictos o polígamos. Nuestro juicio no se basa en la conducta humana. Esta es la tarea de las escuelas dominicales. Nuestra decisión, en Literatura, solo se basa en pensar si satisface o no el deseo del señor Nobel de premiar la obra más sobresaliente de tendencia idealista”. O sea.