Suspiros de añoranzas

POR: Fausto Jaramillo Y.

Entre las noticias internacionales difundidas la semana pasada en los medios de comunicación, dos fueron las que más espacio ocuparon y fueron comentadas por los ciudadanos: las elecciones tramposas en Venezuela y el matrimonio de un príncipe inglés con una artista de Hollywood.

No voy a comentar sobre la primera, pues, ya lo han hecho otras personas con mayor claridad y capacidad de análisis; pero quiero referirme a la segunda que más allá de las reseñas y suspiros no ha merecido un comentario un tanto más profundo que los superficiales detalles revelados por la prensa del corazón.

¿Por qué el matrimonio de este joven ha concitado tanto la atención de los medios y de las personas en el mundo occidental? En primer lugar, el novio ni siquiera está en un puesto destacado en la línea de sucesión de la monarquía inglesa; por su parte, la novia no es una artista reconocida como una gran profesional. Entonces ¿qué tiene la pareja como para haber sido el centro de la atención de millones de seres humanos que habitan por estas latitudes?

Las monarquías, en la actualidad, están reducidas a cumplir un papel secundario, casi que el de Relaciones Públicas de un país; por supuesto que ellas representan la continuidad histórica del pueblo, pero aun así, su influencia en los asuntos políticos y económicos es casi nula. Sin embargo, esa continuidad histórica mueve a que las masas añoren viejos tiempos en que los reyes gobernaban de forma absoluta sobre la vida, bienes y proyectos en sus respectivos territorios. Parecería que ese poder aún es recordado por las buenas gentes de los diferentes pueblos a los que el sistema republicano y la democracia no logra convencerlos de sus bondades y prefieren vivir seguros y cómodos bajo la tiranía de seres déspotas que dominaban sus vidas.

Incluso, entre nosotros, debemos recordar que los Incas eran emperadores sangrientos y tiránicos, al igual que los ibéricos que llegaron a nuestras tierras provenían de un territorio gobernado por emperadores; esa herencia cultural no termina de borrarse de la memoria popular que elige reinas de tal o cual cantón o parroquia, o ciudad o pueblo, que aún añoran ser regidos por tiranos disfrazados de presidentes y suspiran por una reelección vitalicia, tal como en los tiempos imperiales.

En esa añoranza creo que radica ese poder de convocatoria que eventos como el de ese matrimonio, provocan en las masas.