Entrevista: Yolanda Pantin: ‘Siempre quise ser artista’

Venezolana. La autora en medio de las estanterías de la Biblioteca del Centro Cultural Benjamín Carrión.
Venezolana. La autora en medio de las estanterías de la Biblioteca del Centro Cultural Benjamín Carrión.

La escritora venezolana, Premio Casa de las Américas, participó en ‘Escritor Visitante’.

Redacción DAMIÁN DE LA TORRE AYORA

La poeta venezolana Yolanda Pantin no esconde su cara de asombro al entrar a la Biblioteca del Centro Cultural Benjamín Carrión (CCBC). Los libros son lo primero en llamar su atención. Pero, después, con una mirada más curiosa, se fijará en cómo ingresa la luz a aquel espacio: la luz, al igual que el lenguaje, son sus obsesiones.

Ella llegó a Quito para participar en la sexta edición de ‘Escritor Visitante’, una propuesta del CCBC y La Caracola Editores. En el encuentro compartió su ponencia ‘Luces y sombras de la poesía venezolana reciente’, fue entrevistada en vivo y ofreció un recital poético.

Parte de la denominada Generación del 78. La poeta dice que de aquella época conserva el espíritu anárquico, “algo que permanece vivo, aunque el tiempo nos vuelva más calmos”. Y con esa calma, y dejando escapar algunas risas, respondió cada pregunta que se le planteaba.

El olfato está conectado a la memoria. Años atrás, perdiste este sentido. ¿Escribir te ha permitido mantener la memoria?
Un poco más de 20 años que he perdido ese sentido. Curiosamente, la pérdida del olfato coincidió con la salida mía de mí. La poesía es un caminar, un recorrido, y hasta ese momento había estado atrapada en mí, ensimismada, con las puertas y ventanas cerradas. Cuando perdí el olfato, se abrieron las puertas y ventanas: entró la luz. Hay un verso de Blanca Varela que parece una obviedad, pero lo entiendo perfectamente: “La luz existe”.

Esa luz ¿cómo cambió tu poesía?
Hay un libro, de los que quiero más, que es ‘La épica del padre’, que lo publiqué en 2002. Un libro que sale cuando estoy fuera de mí. Uno compensa, cuando falta algo. Y, fíjate, mis últimos libros tienen que ver con la memoria, a la que traigo con otras herramientas para extraer lo que había fermentado en mí. En mis inicios hay mucho de memoria, mucho olfato, mi primer libro, ‘Casa o Lobo’, es un ejemplo.

¿Y la literatura, en general?
La literatura me permitió el poder levantarme sobre mis pies; una estructura para levantarme anímicamente; la oportunidad de expresar cosas; me dio la aventura de leer y conocer; de reconocerme con una tradición poética venezolana; de reconocerme con otros poetas latinoamericanos y, sobre todo, me dio el lenguaje, que en mi caso es una búsqueda voraz que la hallé en la poesía… que me hizo ver qué robo de los otros (risas).

Entonces, sí ha robado…
Por supuesto (las risas continúan). Yo siempre fui una lectora voraz, que estaba tratando siempre de quitarle algo al otro que me permitiera avanzar. De hecho, creo que es eso la literatura: la vinculación intelectual apasionada por el lenguaje. Lastimosamente, eso ya quedó aplacado en mí.

¿Por qué?
Porque ya no tengo esa angustia, esa necesidad. Siento, y lo expresé en una

Lo que murió en mí fue lo literario”.frase, que “lo que murió en mí, fue lo literario”. No la poesía, me refiero a lo literario. Ahora me quedo tranquila con el pozo que tengo.

Ese pozo se fue llenando en el tiempo. ¿Con qué empezó?
La ligazón mía con la poesía, como escritora, tiene que ver en el momento en que estudiaba Letras, cuando trágicamente murieron dos hermanos míos. En ese momento justo estaba en unos seminarios estudiando a César Vallejo. Entonces, la muerte de mis hermanos con ese entendimiento que me brinda Vallejo, de que la poesía es la búsqueda del lenguaje, se hizo un solo cuerpo. Desde ahí busco lenguaje, lenguaje, lenguaje. Después, también necesité entender que la poesía es experiencia, y ahí me serví de los contenidos muy profundos de Blanca Varela. También, Luis Cernuda me enseñó muchísimo, aprendí que uno va en búsqueda de los libros. Ahí es cuando me di cuenta que soy como una mina. No te hablo de esconder tesoros, pero sí ese espacio que te permite escarbar profundamente para encontrar muchas cosas, contenidos. Eso es lo que me ha permitido ir matando a mis libros.

¿Cómo se mata a un libro?
Buscando el lenguaje. Es un ejercicio que se hace de forma sucesiva. Mira, son cosas que me cuestan explicar. Ponerle fe al lenguaje implica avanzar, y eso conlleva a destruir lo anterior. Por ejemplo, al inicio, en ‘Casa o Lobo’, está la muerte de mis hermanos, la casa materna que se destruye y necesito levantarla con las palabras. Con ‘Correo del corazón’ demuelo esa casa al abordar a Caracas, la experiencia cotidiana, lo banal. Así, sucesivamente, he matado libros.

Estudiaste arte, ¿verdad?
Sí, pintura y dibujo en la escuela del Estado de Aragua. Mis padres siempre me apoyaron y alentaban. La verdad, siempre quise ser artista, por eso era hasta un poco vaga, porque solo quería dedicarme al arte. Tenía buenas críticas, pero me di cuenta que eso no era lo mío. Ahí me decidí por la poesía, porque también leía muchísimo.

¿Pero sigues dibujando?
Sí, pero solo para mí.

¿Sientes que dibujas cuando el lenguaje no alcanza?
Uy, creo que sí. En estos tiempos de aridez venezolana he dibujado mucho, pero solo para mí, como lo he hecho siempre.

Pero en un inicio tú ilustrabas las revistas que fundaste…
Solo lo hice los dos primeros números de ‘Rastros’. Unos dibujos muy feroces.

Has calificado a tus dibujos. ¿Podrías calificar a tu poesía?
No. O sí: empecinamiento (risas). Claro, jamás me rindo, y sigo con ese espíritu anárquico (vuelve a reír). Retomando a lo que te decía de que dibujo para mí en estos tiempos, sabes que descubrí a la fotografía, que me ha ayudado muchísimo en estos tiempos difíciles.

¿Cómo?
Porque también me ayudan en la búsqueda del lenguaje. Porque con ella volví a encontrar la luz. Bueno, cuando hablo de fotografía me refiero a la digital, porque lo de revelar no me gusta. Soy muy impaciente, me gustan las respuestas rápidas. Sabes, mi mamá fue una gran fotógrafa. Tenía su cámara y vivía tomándonos fotos. Digitalicé todo su archivo, y descubrí que la belleza de su composición no estaba en los sujetos, sino en lo que estaba detrás de nosotros: un rincón de la casa, un pedazo de mueble, un objeto que habíamos olvidado.

Mencionaste la aridez que vive Venezuela. ¿Cómo afecta eso a tu poesía?
Hay que entender que la poesía venezolana, la reciente, la de jóvenes y mayores que escribimos en la actualidad, está atravesada por la cuestión política que vivimos, una circunstancia que nos conlleva a la circunstancia de estar presos en una tragedia histórica. Hay poetas muy lúcidos que toman esto como una preocupación. En mi caso, me dije que yo no me voy rendir, que puedo escribir y llegar desde la belleza de la ficción a los grupos vulnerables, a los niños, por ejemplo, como contándoles un cuento. Me dije: “solo voy a llegar a lo que toca la luz”, y eso es lo que comparto.

Perfil

Yolanda Pantin

° Poeta, dramaturga y editora venezolana (Caracas, 1954). Recibió el premio Fundarte de Poesía de la Alcaldía de Caracas, en 1989; en México el premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval, en 2015, del Seminario de Cultura Mexicana por su obra general; y en España el premio Casa de las Américas de Poesía, en 2017. Ha sido residente de la fundación Rockefeller y obtuvo la beca Guggenheim.