Aprender la lección

Fausto Jaramillo Y.

No es el primer ex – Presidente que enfrenta una orden de captura emitida por la justicia de nuestro país; antes de él, considerando apenas los últimos 40 años, debemos recordar que Abdalá Bucaram, Fabián Alarcón y Jamil Mahuad también fueron “condecorados” con la orden de prisión.

A Osvaldo Hurtado y a León Febres Cordero, el pueblo ecuatoriano también los acusó, en forma de rumores, de haber cometido algún delito, aunque la Justicia jamás lo hizo; pero en todos los casos anteriormente citados, la acusación tenía que ver con una mala administración de dineros.

A Bucaram lo involucraron en un caso de peculado; a Fabián Alarcón, lo involucraron en una serie de actos dolosos administrativos, mientras fue presidente del Congreso Nacional y a Jamil Mahuad, lo acusaron también en un caso de peculado. Ahora estamos frente a un caso en el que el Ex – Presidente, Rafael Correa, es acusado de incumplimiento de una orden judicial en un juicio por asociación para delinquir y está acusado de un delito de lesa humanidad y delito de Estado.

¿Será que los ecuatorianos hemos tenido tan mala suerte que nos han gobernado delincuentes? No lo creo, pero esta comprobación nos lleva a pensar que los ciudadanos no hemos sabido escoger a nuestros gobernantes.

Supongo que echaremos la culpa al canto de sirenas que desde una tarima electorera hemos escuchado. Tal vez, esa culpa la atribuiremos a que creíamos que la política es cosa de políticos y que a nosotros, era igual, gane quien gane; tal vez podamos decir que nos llegaron a convencer de que “autoridad que no roba, no es autoridad”, o que “no importa que robe, con tal de que haga alguna obra”. Pero, no. Ninguna de esas respuestas nos libra de culpa. Todos somos culpables por haber sabido discernir los discurso, por no haber comprendido que aquel que mejor habla no es necesariamente el más honesto y el más capaz. Perdimos el norte, la guía, para entender que los valores de dignidad y de honradez valen más que cualquier carretera, o cualquier puente; que inaugurar un edificio con nombre de escuela no es lo mismo que tener una educación de calidad; o un edificio con nombre de hospital no es lo mismo que tener un sistema de salud confiable y digno de llamarse como tal; que inaugurar un edificio moderno con el nombre de plataforma de justicia no es igual a confiar en la ciega justicia, donde los jueces, con ética y sin presiones den a cada cual lo que merezcamos.

En fin, las emociones de una campaña electoral nos volvieron ciegos, sordos y brutos, lo que nos impidió usar la razón y la inteligencia para diseccionar los ofrecimientos de la realidad.

Ahora pagamos las consecuencias de esa ceguera. Un presidente que hablaba a las masas con sus cantos de propaganda, huye de la justicia, porque las evidencias demuestran que el Poder emborrachó su mandato y abusó de su cargo.

Recordemos que un Presidente no es un tirano, no es dueño de nuestras vidas. Un presidente merece nuestro respeto en la medida del respeto que brinda a los ciudadanos.