López, Obrador del milagro

El triunfo de López Obrador, al parecer, es celebrado más por lo significativo de la derrota Priista que por la seguridad y la confianza en AMLO. Y, de hecho, es motivo de celebración que el partido más corrupto de la historia de México, que había desarrollado la “dictadura perfecta”, que fabricó un engranaje de miseria repleto de funcionarios descarados, profesionales del raterismo, que enlutaron al país cotidianamente con un presidente tan incompetente como Peña Nieto y lo bañó en sangre por décadas se haya quedado en el desamparo.

El triunfo de Andrés Manuel es en gran parte, producto del rencor, la desesperación, pero también de la esperanza. Producto de estas pasiones enraizadas en un país particularmente apasionado, pero insuficientes y puede que hasta limitantes al momento de enfrentar los desafíos prácticos del arte de gobernar. ¿Podrá AMLO, con su caudillismo incurable y su discurso picoso desmontar el sistema que tantos años sólo sirvió a los intereses del PRI? ¿Podrá acabar con el reguero de sangre de un Estado que se encuentra poseído por el narcotráfico? ¿Podrá acabar con los gasolinazos y la manipulación de los medios de comunicación? ¿Se puede estar a la altura de las esperanzas de una mayoría tan diversa y tan dispersa? Imposible.

Lamentablemente, el sexenio de AMLO estará marcado por su inclinación a la exageración, la demagogia y el culto a su persona. Su acentuada impulsividad y los rifles de sus discursos probablemente acaben alimentando aún más la polarización del país y puede que compliquen sus buenas intenciones en materia internacional. ¿Cómo lidiar con ese ángel del apocalipsis que es Trump sino es cargado de mucha paciencia y el doble de técnica?

Aun así, vale la pena. Y más cuando se cuenta con la cancha completa en el legislativo para poder devolverle a México una democracia más limpia.