Los números no mienten

Fausto Jaramillo Y.

En ocasiones, los números hablan y sus voces son tan fuertes y contundentes que no admiten ninguna contrarréplica. En sus silenciosas formas se esconden verdades no dichas, apenas intuidas, pero que al ser conocidas no queda otro remedio que aceptar la maravilla o la desdicha que ellas proclaman.

La semana pasada se pudo conocer la magnitud de la desgracia por la que está atravesando Venezuela, el hasta hace unos años, el país más rico de Sudamérica, el que posee la mayor reserva de petróleo del mundo, el país dueño del 26 % de la distribución de combustibles en Estados Unidos.

En Venezuela, el 90% de los vehículos de transporte público está paralizado, eso significa que nueve de cada diez buses, omnibuses, busetas o cualquier otro tipo de carros que deberían circular por las calles y carreteras de dicho país, transportando pasajeros, está paralizado; y lo están por falta de mantenimiento, de repuestos, de llantas y con un combustible muy caro. Los campos destinados a parquear este tipo de vehículos están abarrotados con unidades que no se mueven, que no cumplen con su cometido. Y, ¿quién o quiénes serán los culpables? ¿Serán acaso las cooperativas de choferes? ¿Los municipios? ¿Los importadores de repuestos? O simplemente los ángeles del cielo que obstaculizan la llegada de llantas, de repuestos, de herramientas para arreglarlos?

Por otro lado, las autoridades colombianas anunciaron que en lo que va del año, la cifra de ciudadanos venezolanos que han pedido residencia en este país, es decir, permiso para trabajar y quedarse a vivir en Colombia, llegó a 785.000 ciudadanos. Setecientos ochenta y cinco mil venezolanos que han abandonado su tierra, sus familias, sus costumbres, sus vidas, para intentar comenzar de nuevo en Colombia.

¿Cuántos venezolanos han pedido su residencia en Ecuador? ¿Cuántos en Perú? ¿Cuántos en Chile? ¿Cuántos en Brasil? ¿Cuántos en España? ¿Cuántos en Italia?

Hace varias décadas, el éxodo de ciudadanos que huían de Chile inundó a casi todos los países de Sudamérica. Muchos de ellos se quedaron a vivir en nuestro país, aquí formaron familia y aquí forjaron su destino. La razón de su huida fue política. Luego, nos tocó el turno a los ecuatorianos, al comienzo del siglo XXI, el éxodo de migrantes fue enorme. La razón en este caso, fue económica. Ahora es Venezuela la que se desangra y la razón es política y económica. Los gobiernos se olvidan que su principal tarea es crear las condiciones para que sus ciudadanos puedan alcanzar una vida digna a través del trabajo, del esfuerzo y de la inteligencia. Mientras que ciertos gobernantes prefieren posar para la foto y hundir a su pueblo en crisis humanitarias sin límites ni esperanzas.