Cuba, desmantelar la carcacha

Nicolás Merizalde

Tal parece que Cuba está por despertarse de su letargo. Siempre ha sido un país interesante y dicharachero, con brisa del mar y olor a tabaco, atrayente y magnético, pero durante los últimos años parte de ese interés radica en su estado de país en pausa. Como si el tiempo hubiese dejado de importar y la vida pasara tan ligera y tan sin importancia como la espuma del mar. Obviamente, todo este sueño idílico guarda en su centro represión, hermetismo y el despotismo de los hermanitos Castro. Medio siglo de haber capturado al caimancito para amordazarlo y dejarlo soñado; profundamente herido.

Pero tras morir el comandante, la desilusión hecha pandemia y tantos años de dolor y hambre; por sí misma Cuba ha decidido renovarse. Con tibieza, como es de esperarse, pues no es nada fácil quitarse de encima medio siglo de atropellos (Acá una década nos está costando). Aun así, pese a lo tímido de las reformas, son importantes, son declaraciones de intenciones, y, además, son rectificaciones nacidas del seno de quien se equivocó. El nuevo proyecto de Constitución no nace de una nueva casta de revolucionarios que tacharon los últimos años sino de los mismos herederos de esta visión patriarcal y cerrada del poder.

Han decidido abandonar la definición de una sociedad comunista, aunque no se despegan de un modelo en esencia socialista. Se abre a la propiedad privada y le brinda una mínima oportunidad al mercado. Por otro lado, elimina la figura de Presidente por la de Primer Ministro lo cual puede ser una artimaña para tenerlo plegado al PC y a su secretario, Raúl Castro. Ha decidido limitar el período a cinco años y una posible reelección y hasta se ha llegado a abrir la puerta el matrimonio igualitario en una sociedad tradicionalmente machista y homofóbica. Pueden parecer minucias, pero no dejan de ser aciertos y, sobre todo, esperanzas.