Océano de consecuencias

Mariana Velasco

Mientras aguardo por alguien en la cafetería, la televisión desgrana noticias truculentas y desgarradoras, que no se pueden dejar de ver y escuchar. Entre sorbo y sorbo, todos seguían allí, como quien oye las cosas más naturales del mundo, como quien vive lo cotidiano con la indiferencia propia del que se acostumbra al horror. Todos desayunan impertérritos

Niños ultrajados y violados por personas cercanas a su entorno, criaturas separados de sus padres a muy tiernas edades, inundaciones, mujeres apuñaladas, familias desintegradas por la migración, habitaciones abiertas donde muestran las miserias y el deshonor como lo más natural del mundo.

Y lo peor: un hombre que enseña el corazón aún palpitante del enemigo político al que acaba de arrancárselo y en nombre de algo. Ha dicho que ese horror que acaba de cometer lo ha hecho en nombre de una señal dictada desde lo alto por un dios, un jefe, un gobernante o por su propia ley. No entendí bien. Uno que otro comenta la escena con la misma frialdad con la que ha comentado la noticia anterior sobre una mujer asesinada por un marido celoso o sobre los últimos fichajes del futbol.

Violencia y dolor naturalizados. A voz en cuello se proclama que el mundo produce para que todos vivamos con dignidad como condición inherente al ser humano. Sin embargo, el acumular en beneficio de unos cuantos, causa perjuicio de las grandes mayorías. Las miserias no existen por desgracias, sino que son fruto de la acción de humanos miserables.

Poco o nada ha cambiado a través de los siglos, la humanidad sufre el aplastamiento sin piedad de seres humanos que se debaten en la miseria y tragedia al no tener un techo bajo el cual cobijarse ni un trozo de pan para los suyos. Es la apatía humana de quienes todo lo quieren y lo ambicionan sin reparar en los medios que utilizan para conseguir más dinero y poder. Es la inmutable realidad.

¿Cómo es posible que perdure la opresión del hombre contra el hombre, que la arrogancia del más fuerte continúe humillando al más débil, arrinconándolo en los márgenes más miserables? Ese clamor del papa Francisco resuena sin horizonte, una y otra vez.

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