La sangre seguirá derramada

POR: Fausto Jaramillo Y.

Una visión superficial sobre los acontecimientos violentos acaecidos en Mascarilla nos puede llevar a poner nombres y apellidos de los participantes en esos hechos y hasta podría ayudar a determinar responsabilidades; pero no nos conduce a explicar las causas que los originaron, y lo que es más grave: a evitar que vuelvan a suceder.

Si miramos con detenimiento y mente abierta, sin prejuicios ni pasiones, veremos que durante siglos, los ecuatorianos hemos evadido la comprensión de nuestros problemas. Vivíamos y seguimos viviendo nuestra cotidianidad con una máscara de indolencia. No hemos sido capaces de entender que para tener un país, necesitamos tener una historia en común que junte nuestro destino. Hemos compartido el territorio con distintos pueblos pero sin conocernos ni entendernos.

Al “otro” siempre lo hemos visto ahí, en su reducto, en ese gueto al que nosotros mismos los hemos empujado para no tenerles deambulando por nuestro entorno. Los ecuatorianos desde la colonia y más aún desde la república nos hemos dividido en segmentos no siempre amigables, no siempre cordiales, no siempre respetuosos.

Esa división, tras la que se esconde la ambición, la prepotencia, el creer que el color de una piel, una creencia o una fe, eso que aparentemente nos diferencia, el no aceptar que todos somos seres humanos, la riqueza, el poder y la violencia ha ido generando sentimientos de rencor y enojo que ocasionalmente estalla provocando muerte y sangre, y sobre todo más división, más separación, más inquina, más enojo.

Seguramente con el paso de los días, los sucesos de Mascarillas serán judicializados y los jueces dictarán sentencias y todo quedará en el pasado, en ese mismo pesado pasado en el que no pasa nada, en el que no hay cabida para el respeto, para la comprensión, para la mano sincera y extendida de amigos, de compatriotas, de seres humanos solidarios. Las causas de la exclusión seguirán preparando los movimientos, las muertes y la sangre del futuro.