Catástrofes

Franklin Barriga López

El 26 de diciembre de 2004, un terremoto de magnitud 9 en la escala de Richter, bajo la isla de Sumatra, en el océano Índico, originó un tsunami que produjo muerte y destrucción en Tailandia, Indonesia, Birmania y otros países, con un saldo de aproximadamente 300 mil fallecidos y millones sin hogar.

Por aquellas regiones, en 1883, la isla de Krakatoa, en Indonesia, por efecto de la actividad del volcán de igual nombre, voló en pedazos, con cerca de 40 mil muertos, en medio de lluvia de ceniza y pedazos de piedra pómez caliente de hasta diez centímetros de diámetro que llegaron a más de 20 kilómetros de distancia.

Se recuerda estos hechos con motivo de lo que sucedió hace pocos días por esos mismos lugares y cuyas secuelas se pudo ver en la televisión: un sismo de 7.5 grados desencadenó un tsunami, en el momento en que en las playas se agolpaban residentes y turistas para participar en las fiestas de tradición anual. El saldo es de miles de fallecidos, heridos o que desaparecieron envueltos en olas de hasta seis metros de alto, movilizadas a velocidades de 800 km. por hora que se llevaron vehículos, viviendas, hoteles, hospitales y más edificaciones. Se ha catalogado como la mayor tragedia en el Índico, desde la acontecida en el 2004.

Estas catástrofes revelan, de manera objetiva y dolorosa, que los desastres naturales son una realidad a la que se debe dar la debida importancia, para que las labores de prevención sean permanentes, bien planificadas y ejecutadas.

Hay que tener presente que Ecuador, por encontrarse en el Cinturón de Fuego del Pacífico y otros factores, entraña esta clase de riesgos, que atentan a la vida, progreso y bienestar de sus habitantes, sobre todo terremotos y erupciones como las del estremecedor Cotopaxi, hoy aparentemente tranquilo.
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