Pasión por el desarrollo

Daniel Marquez Soares

Los ecuatorianos tenemos una pasión por el desarrollo. Desde los taxistas hasta los columnistas de opinión, estamos dispuestos a pontificar sobre los pasos que deberíamos tomar como país. Las recetas varían ligeramente en sus recomendaciones, según la ideología y los valores del experto de turno, pero hay ciertos elementos que todo desarrollista obsesivo ecuatoriano, desde el asambleísta hasta el tendero, comparte.

La primera es la creencia de que sabemos qué queremos. “Desarrollo” es una palabra abstracta y etérea a la que cada persona asigna el significado que quiere y le conviene. Si conversamos detenidamente con nuestros compatriotas constataremos con horror que, aunque todos aspiramos supuestamente al desarrollo, entendemos cosas muy diferentes por este, incluso en temas fundamentales. Nuestras aspiraciones son absolutamente divergentes, pero las hemos agrupado bajo el mismo término.

La segunda es la creencia de que el desarrollo es inteligible, alcanzable y depende apenas de la voluntad. Por más que facultades enteras y organismos supranacionales dedicados al estudio de la vía al “desarrollo” no hayan llegado a un consenso, o que muchas veces el desarrollo parezca algo accidental o cruelmente exclusivo, creemos que es algo perfectamente asible. Pensamos que es algo que se puede alcanzar a corto plazo; es decir, creemos que, si empezamos ahora, alcanzaremos a ver los frutos del desarrollo en vida, tras unas pocas décadas.

La tercera es la creencia de que el gobierno y el Estado son los principales protagonistas en la persecución del progreso. mientras más obsesionado con el desarrollo, más gravitará el ciudadano hacia la burocracia: seguirá las noticias sobre la política, estudiará Derecho, se tomará en serio su militancia o buscará un cargo público. Por algún extraño motivo, cree que el organismo llamado a defender y perpetuar al sistema es también el encargado de transformarlo y subvertirlo.

Cuando nuestra obsesión se construye sobre supuestos tan absurdos, es perfectamente entendible que, por más que le dediquemos tanto tiempo y neuronas, el “desarrollo” no deje de ser un espejismo en el desierto de nuestra historia.

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