El parque Pedro Moncayo

Germánico Solis

Era necesidad ciudadana urgente se ilumine el parque Pedro Moncayo de la ciudad de Ibarra, aunque la exigencia es también para otros que se hallan en similares o peores condiciones de las que mantuvo por largo tiempo ese céntrico espacio. Revitalizar y embellecer la ciudad congratula a los habitantes, asoma el desarrollo y se cumplen los derechos de empoderamiento.

Muchos ibarreños coincidirán que no es suficiente mirar el parque sin entender su entorno, por lo que es imperativo la recupereración arquitectónica y funcionalidad del centenario Colegio Teodoro Gómez de la Torre, edificaciones de la gobernación y esas arquerías y dependencias donde operaron los correos nacionales y en los altos dependencias jurisdiccionales.

La iluminación del parque convoca a otras inquietantes visiones, recuperar el contexto y las cimentaciones cercanas, para que en un tiempo, el lugar sea vital y activo mortero del comercio y turismo, desde tempranas horas hasta las sean necesarias.

Conocemos las temporalidades históricas de la connotada plaza, su evolución y avances no solo de las verdes frondas, sino de la soberbia historia ibarreña, como aquella página cuando a finales de los sesentas, la fogosidad del Presidente Velasco Ibarra tomó otro destino al mirar los crespones negros exhibidos gallardamente en los pechos de los estudiantes del Gómez de la Torre, reclamando rectificaciones de ese gobierno. La historia deben recordarnos los historiadores que encarnan al pueblo, más no aquella mostrada por los politiqueros.

Gratificante será -ahora que se ha iluminado el parque Pedro Moncayo- utilizarlo para que se exhiban propuestas culturales, presente el arte, la música, escenificaciones olvidadas de la vida de este querido suelo. El parque es convocatoria a la tertulia, a la insurgencia de los espíritus herederos de la sangre indómita, a la elaboración del piropo considerado a la belleza de nuestras mujeres. Que la iluminación refleje en la noche, retomar el parque como el lugar que evidencia la dignidad ciudadana, las costumbres, la moralidad de la administración pública, presentes la política y acaso fermentándose las voces del devenir ibarreño ahora en penuria.