En nombre de la vida

Mariana Velasco

Por sus vidas ronda el hambre y la muerte. Miles de almas, cansados de la pobreza y violencia, niños en brazos, mujeres embarazadas y ancianos en caravanas caminan por cientos de kilómetros para saltar la presencia de autoridades migratorias en Guatemala, golpear la puerta en México y pasar a los Estados Unidos. Descansan, toman un respiro y avanzan porque sueñan con una mejor vida, con derechos, deberes y necesidades básicas como requiere la dignidad del ser humano.

México y Estados Unidos llevan la parte más dura. Trump ejerce presión y pisa los talones del gobierno azteca para detener a las caravanas, a días de que los habitantes de ese país acudan a las urnas para las elecciones de mitad de mandato, para renovar gran parte del Congreso y los gobiernos de los estados. El tiempo podría ser letal o aliado en un momento decisivo para el Presidente republicano, cuya estrategia busca distraer la atención hacia las caravanas.

En nuestras Américas, parecía inexistente e irreal el ejercicio de dejar nuestro país, no por movilidad como derecho humano, sino para buscar mejores condiciones de vida. Sólo se lo entendía desde lo bíblico. Hay que recordar que en distintas etapas y circunstancias, Ecuador, Colombia, Cuba, México, Venezuela, Guatemala, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Haití, República Dominicana y otros, se convirtieron en “exportadores de vidas”.

Hay que entender que estas olas migratorias generadas por causas políticas, socioeconómicas, culturales, familiares, bélicas, conflictos internacionales o catástrofes naturales y las crisis que estas generan, tienen rostro humanitario, cuyos derechos humanos deben ser protegidos. Arriesgan su vidas. El instinto de preservación es más poderoso que el propio peligro de sus vidas.

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