Culpables II

A lo largo de nuestra vida experimentamos el sentimiento de culpa por muchas situaciones que nos ocurre. Nos sentimos culpables por no pasar mucho tiempo con nuestros hijos, por temor a molestar o crear una situación incómoda, por oponernos a una petición, nos sentimos culpables cuando decimos que no, los hombres nos sentimos culpables cuando a la mujer que nos gusta no le decimos nada por temor al rechazo, en fin, tenemos ese sentimiento de culpa que nos impide vivir tranquilos y que nos hace sentir culpables por todo lo que nos pasa aún sin serlo realmente.

Los ecuatorianos nos asombramos por la corrupción de cada día, pero no nos sentimos culpables de ser causa de la misma. Somos culpables de la corrupción cuando intentamos sobornar a un agente de tránsito que nos extiende una boleta por alguna infracción que cometimos y, de manera camuflada, le extendemos un billete “para las colas, jefe”. Es culpable tanto el que propone como el que acepta. Cuando recibimos visitas incómodas o vienen a cobrarnos alguna deuda, enseguida le decimos a nuestro hijo “dile que no estoy” y el pequeñuelo, muy suelto de huesos va y dice “manda a decir mi papá que no está”. Somos culpables cuando copiamos en los exámenes.

Decimos solemnemente: “El Gobierno no puede combatir la corrupción, porque el Gobierno es la corrupción”, y de esta manera pretendemos expiar nuestra culpa, pues también somos culpables de no pagar impuestos o de tratar de evadirlos lo que más podamos. Claro, que como para todo hay justificación solemos decir: “el Gobierno se roba la plata de mis impuestos, así que yo no pago o pago lo mínimo”. Para mí, constituye una especie de catarsis o purga echarle la culpa de todo lo malo que me pasa, por eso escribo y expío mis culpas.

Buscar culpables, si es que se encuentran, impide buscar soluciones.