En el Santo del Quintana

POR: Germánico Solis

He titulado este artículo con el nombre de un pasacalle muy popular, escrito por aquel hombre de letras, poeta, guionista teatral, auténtico “Chulla Quiteño”, el señor Leonardo Páez, que recoge las costumbres de Quito y que eran también tradición en otras ciudades ecuatorianas, celebrar el santo u onomástico, costumbre practicada en décadas anteriores y que casi ha desaparecido.

En cada uno de los días marcados en el calendario, se señalaban los nombres de los santos católicos, nombres clásicos que se hacían oportunos para conmemorar con algarabía el onomástico de padres, hermanos, compadres o vecinos. Oportunidad meritoria para fortalecer la familiaridad, la vecindad, intimando las relaciones de afecto y sangre, era el ensalzamiento sano a la amistad, simpatía, querencia, se mostraba el aprecio, la estima demostrada con entusiasmo y alegría, bohemia fina.

Visité recientemente la casa de un pariente, fui convidado a sentarme en una acogedora sala que la sentí vacía y triste, otrora colmada con familiares, amigos y conocidos que se habían acordado festejar al dueño de casa. Entendí que nadie le visitó, que quedó para la añoranza el rito del abrazo por su onomástico, comprendí que aquella práctica es temática extinta.

Sin embargo, fue tema para acordar las vivencias acostumbradas, los preparativos, el abastecimiento de comida y bebida, aunar la presencia de músicos y cantores que ponían el ritmo. Por supuesto, la invitación de ese personaje que imponía la chispa y humor, a la presencia de parientes y allegados que asomaban con regalos, galas y mujeres dispuestas amanecerse, aplaudir, bailar y sin recelo entusiasmarse con mistelas y chingueros.

El tema, aunque olvidado, aviva detalles que son historia, las alhajas de los congregados, las voces incitando a peaños o peañas, los zapateados y finuras donde también era protagonista el pañuelo. Aquellas celebraciones causaron enamoramientos, brindis y exaltación al amor fraterno y felicidad humana. Hábitos irrealizables en la actualidad, pues las familias tienen nombres impronunciables que replican a personajes ajenos a nuestra idiosincrasia o que son inventados porque chirrían bonitos.