Eliminar el correísmo

Víctor Cabezas

Para combatir el correísmo debemos empezar por definir qué significó, o sea, identificar sus características. La lista es larga y entre más indago, más me asombro de cómo aguantamos tanto. Entre los muchos y más perversos rasgos, encontramos a la “universalización de la persona” o, dicho de otra forma, la capacidad retórica que tenían para que un individuo ya no sea considerado como tal sino como un grupo al que debíamos repudiar.

El periodista con nombre y apellido ya no era juzgado por sus actos individuales sino por lo que el poder le endilgaba colectivamente a la “prensa corrupta”, a los “sicarios de tinta”, etc. Un político de derecha, por ejemplo, no era tratado como un individuo al que se le debía escrutar su accionar personal, sino que respondía desde lo que el poder construía como “partidocracia” , “neoliberal”, “saqueador de la patria”, etc.

El correísmo, entonces, promovió la deshumanización como estrategia de división del país y de tener siempre un chivo expiatorio a quien endilgarle cualquier mal que pudiera acechar al poder. Con Correa cada vez hablábamos menos de personas y más de grupos a los que había que odiar, casi, como un deber patriota.

Cuando las autoridades del actual Gobierno tratan de posicionar al “correísmo” como un concepto deshumanizador que absorbe como un embudo a cuanto exfuncionario pasa por su camino, me preocupo porque en esencia estamos incurriendo en exactamente lo mismo que pretendemos superar.

Combatir el correísmo implica, necesariamente, destruir lo que lo caracterizaba y, para ello, debemos empezar a hablar de personas con nombres y apellidos, con imputaciones y pruebas concretas y dejar de lado al “correísmo”. En definitiva, la eliminación del correísmo, desde adentro, empieza por nuestras propias palabras.

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