Condenada por ser víctima

Nicolás Merizalde

Imelda Cortez, es una joven de 20 años, salvadoreña, que ha vivido siempre en la pobreza y va dos años en la cárcel acusada de homicidio involuntario. Juzgue usted:

Imelda sufrió abusos de parte de su padrastro desde que tuvo 10 años (y él 60), toda su adolescencia la pasó de esclava de este hombre sin poder chistar hasta que cerca de cumplir los 18 quedó embarazada. Nunca tomó el valor suficiente para denunciar estos actos porque permaneció amenazada y reprimida. El embarazo, mal que bien, prosiguió hasta que una tarde tuvo un arrojo involuntario en una mísera letrina, entonces, el cordón umbilical se desgarró accidentalmente y empezó a desangrarse. Quedó débil y desamparada hasta que su propia madre llegó y la llevó al hospital donde los médicos horrorizados y temerosos dieron parte a la policía porque creyeron que Imelda quiso abortar en mitad del campo.

Los años han pasado y ella sigue débil y desamparada frente a las garras del poder que la ve como una homicida perversa y le niega el derecho a una defensa decente, pues su juicio ha sido pospuesto numerosas veces. La última porque la fiscal que lleva el caso tuvo gripe y no se presentó, así como tampoco fue capaz de presentar un certificado médico.

El Salvador es uno de los países con leyes más restrictivas acerca del aborto. Y esas leyes pueden llevar a Imelda a padecer 20 años de cárcel que no merece porque se trata de la víctima de todo esto. Víctima del monstruo que vivió con ella desde niña como un rey impune, víctima del Estado que la persigue y la aplasta por pura ceguera e incompetencia, y de una sociedad que no quiere luchar por ella (con ella) para evitarse la fatiga y el dolor de conocer una realidad tan cruda pero latente.

¿A usted qué le parece? Piénselo con detenimiento, pues también en Ecuador hay mujeres como Imelda, condenadas por ser víctimas.