Las fiestas de Quito no llegan al barrio de las rieles del tren

TEXTO:Javier Suárez
FOTOS: Javier Parra

Al sur, solo separado del cantón Mejía por la quebrada de Saguanchi, en el sitio donde antes estuvo ubicada la Hacienda de Cataguango, respira el barrio de La Victoria, lo hace con apenas un par de calles adoquinadas por el esfuerzo de sus moradores.

Como si fuera el pedacito de un olvidado recinto, en el último barrio de Quito, antes de llegar a Cutuglagua, todo está a medio hacer, porque la ayuda de las autoridades llega tarde, o nunca llega. Incluso la iglesia está incompleta, le falta parte del techo, y vive rodeada de materiales de construcción amontonados, como detenidos en el tiempo, a la espera de que las mismas manos que iniciaron el proyecto acopien fuerzas.

Pascuala Loma, con los ojos nublados por la catarata y la tristeza, cuenta que ha vivido en La Victoria desde hace 50 años, cuando todo era potreros, montaña y vacas. Aunque cree que, en realidad, las cosas no han cambiado tanto, las pocas obras y las pequeñas casas se han levantado a pulso de los vecinos.

1.800
habitantes hay en La Victoria.- Hemos puesto ‘plata y persona’ para adoquinar la calle principal, porque las autoridades siempre prometen, pero nunca cumplen. Entre los vecinos nos ayudamos para tener ‘alguito’ mejor, pero nos sigue faltando de todo.

A 20 metros de la tienda de una de las hijas de doña Pascuala, en la calle principal, está una urna de vidrio y metal donde ‘vive’ la efigie de la Virgen de El Quinche. Y unos 15 metros más adentro, por una de las tantas calles de piedra y tierra, se llega a la iglesia.

-Todos somos muy devotos de la virgencita -dice Pascuala-. Por eso reunimos plata para el terreno y para la construcción de la iglesia. Pero no hemos podido terminar el techo para hacer tranquilos los festejos.

El barrio tiene
aproximadamente
50 kilómetros.
Siempre ha sido así, agrega Fanny de Vega, dueña de una pequeña tienda de abarrotes. Los moradores de La Victoria son una mezcla entre devoción religiosa, paciencia y solidaridad, donde el lema es que cada paso dado vale el esfuerzo, aunque los resultados nunca sean los soñados.

Ahora, en la parte principal del barrio, se yerguen postes de alumbrado público hechos de cemento, pero al inicio, cuando eran postes de madera, los vecinos del sector los instalaron en minga, hombro con hombro. Lo hicieron sacrificando las pocas horas de descanso que les quedaban el regresar de sus trabajos en el centro de Quito, la ciudad a la que pertenecen pero de la que no se sienten parte.

Pilar Pachacama, presidenta del barrio, con el gesto preocupado y los ojos inquietos, comenta que no solo hay problemas de infraestructura, sino también de acceso a servicios de salud y educación, sobre todo para niños, jóvenes y adultos mayores.

A la entrada del barrio está la escuela Riobamba, la única fiscal del lugar. Los vecinos comentan que se quedan sin cupo para sus hijos, porque se los entregan a personas de otros sectores de la ciudad. Por eso, a pesar de los problemas de seguridad y traslado, les toca mandar a los pequeños al otro extremo de la ciudad.

Pero aun si consiguen cupos en otras escuelas, y llegan luego a terminar la secundaria, el panorama sigue siendo sombrío para las generaciones más jóvenes de La Victoria. “A pesar de ser buena alumna, mi hija no pudo obtener cupo en la universidad. Eso le pasa a casi todos los jóvenes que luego del colegio no pueden seguir estudiando, y menos trabajando. Por eso hay tantos problemas de inseguridad y drogas”, añade Pachacama.

Como si fuera el pedacito de un olvidado recinto, en el último barrio de Quito, antes de llegar a Cutuglagua, todo está a medio hacer.

En las inmediaciones de las rieles del tren, en el límite norte del barrio, en medio de basura y tierra, se reúnen grupos de jóvenes que no saben cómo matar el tiempo, y que se mueven con una parsimonia gris, especulando, rumiando sobre su vida futura.

Asimismo, los aproximadamente 90 viejitos, recientemente censados por el Ministerio de Inclusión, no tienen un dispensario cerca, a pesar de que muchos de ellos sufren diversos grados de discapacidad.

– Ni siquiera las fiestas de Quito nos han dejado –dice Pachacama-. Hace 10 años ya no nos enviaron disco móvil y ahora tampoco nos van a dar las fundas de caramelos para los guaguas. Queremos que no se olviden de nosotros, aunque todavía no estemos legalizados y muchos seamos hijos de albañiles, merecemos vivir con dignidad.

Barrios en la
irregularidad

Hasta 2011, se calculaba que había unos 500 barrios en Quito conformados, en su mayoría, por invaciones. Siete años después, la situación ha empezado a regularizarse con la Unidad Especial Regula Tu Barrio. Los últimos tres años se han gestionado 246 barrios. En 2015, 71; en 2016, 98; y, en 2017, 77.

Para que un barrio se regularice tiene que pasar por un proceso que incluye un estudio social, legal y técnico, en el que se presentan las necesidades individuales del sector.

Lo poco que existe ha sido construido a pulso por los vecinos.