El juguete de Navidad

Ya llegó, adelantado, el juguete de Navidad para los ecuatorianos. Vino en forma de denuncia y documentos y fue programado para brindarnos entretenimiento durante toda la temporada. Risas, bromas, memes, dimes y diretes, insultos, agravios, serán las expresiones que escucharemos durante todo este tiempo, al momento de recordar y referirnos a este juguete.

El creador fue un abogado que sabe la letra colorada de la política, aunque nunca ha ganado una sola elección, pero supo ubicarse a lado de una persona que por amistad y herencia trepó como la espuma hasta encumbrarse en el segundo puesto de importancia en la administración pública. Claro que este inventor no inventó el agua tibia, pero, al parecer si supo guardar en las gavetas de sus recuerdos, ciertos depósitos realizados en la cuenta escondida y no presentada por la denunciada, cuando su obligación era hacerlo.

Pero, no se crea que esta acción ilegal es su mayor pecado, no. El abogado enojado, ahora nos cuenta que la simpática y sonriente persona, no mostraba su cara amable al momento de exigirle una cuota de cuatro cientos y luego de mil cuatrocientos dolaritos por concepto de “aportaciones voluntarias” para su movimiento político, el cual, ni siquiera está reconocido por la autoridad electoral y por lo tanto no tiene vida cívica, pero en cambio ha sabido tener una vivísima vida económica.

Pero, no se crea que esta persona ha sido inteligentontísima en esto de los diezmos o cobros de las “aportaciones voluntarias”, no señor. Antes de ella ya supimos que otrita también lo hacía, y mientras duraba ese “descubrimiento” ya se amenazaron entre los aprovechados de la década pasada. “Que si tu votas en contra mía, ya verás que yo también te denunciaré y mostraré los documentos”. Este fue el antecedente del juguete al que nos referimos.

Ahora empiezan a conocerse los secretos escondidos de este juguete: no ha sido el abogado denunciante, el inventor de esta poderosa maquinita extractora de diezmos. Ahora nos sale otro miembro de este grupillo, que anda medio enojado con sus compañeros, a decirnos que el verdadero inventor es un economista graduado en Lovaina y poseedor de no sé cuántos títulos de PHD, comprados al por mayor, el que, con un programa moderno de computación en mano, allá en las alturas de un palacio que todo mundo conoce pero que nadie lo podía visitar en los aquelarres de la mafia, pasaba revista de quienes habían “aportado” y quienes no. He ahí que este juguete ya había sido conocido por los iniciados, pero ahora ya lo conocemos todos.

En estas navidades ya podremos gritar con fuerza: Fuera, fulana, fuera. Pero nadie nos hará caso. Nada pasará en Carondelet. Porque como dijo el conde Lampedusa su libro “El Gatopardo”, que no es el mismo que la joven otavaleña comedora de… nos hablaba con melodiosa voz de la Utopía de Thomas Moro, “Hay que cambiar todo, para que nada cambie”.