Arrejuntados

CARLOS TRUJILLO SIERRA

No es una palabra muy elegante y menos aún clásica. Pero que es sabrosa, lo es. Tiene gusto a hueca y a madrugada oscura. Puede tener un regusto de mala voluntad y planes diabólicos. Así los miro a Maduro, el ogro que devora a Venezuela entera y a Erdogan, el de Turquía cuyos matones guardaespaldas zarandearon a unas cuantas damas protestonas en un acto académico-protocolar en Quito bajo la mirada de yo no fui de Correa y así me los imagino a Rafael, Patiño, María Alejandra, la infaltable Gaby y unos cuantos impostando ser agentes de seguridad, no puede haber faltado un Alvarado y otros expertos en vivir y enriquecerse a costa de los millones de borregos que se emborrachaban con el olor de gloria ajena, forjada y comprada. Gritaban ser patriotas, revolucionarios y de izquierda.

En defensa dirán que lo hacían de buena fe, sacrificándose y para colmo resucitaron la “Ética Marxista” (mejor dicho Stalinista) de los años 60 y 70. A los asaltos al Banco de Fomento y otras agencias agrarias, sin poder ni autoridad, realizaron varias “recuperaciones de los fondos del pueblo”. Eso fue en años todavía respetuosos, ahora desde el poder fingiéndose ser pueblo se apropiaron de todo, no se olvidaron siquiera de títulos académicos falsos, comprados y gratificados jurídicamente.

No somos los únicos en sufrir esta plaga de tan difícil erradicación. Tenemos nuestras especialidades -al expresidente le encantaba ser, según su antojo y poco conocimiento- el primero del mundo en todo. En todo el mundo se dan esas fieras ansias de tener un doctorado, una maestría, una licenciatura (una vez descubiertos, la mayoría tiene la decencia de hacer mutis por el foro), aquí se encabritan y caracolean ofendidos tratando de pisotear a los que los desnudaron.

Arrejuntados a pleno sol, los hinchas golpeados por la lluvia en Buenos Aires y golpeándose entre ellos en la Gran Vía de Madrid, sufren todo y pagan por una entrada el sueldo de un año de trabajo de un pobre obrero y se quejan de pobreza. Arrejuntados, sigilosos, casi en penumbras, comerciantes de armas y clérigos de toda religión meditan en silencio sobre el destino, casi seguro de lucro inagotable y en millones de muertes programadas.

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