Se derramó

Cuando lean u oigan las siguientes líneas, seguramente la navidad ya habrá pasado dejándonos un montón de envolturas (más durables que los contenidos), y sobras en cantidades industriales y un vacío que, al paso que vamos, no nos llenará nadie. La euforia y la adrenalina, indispensables para sostener el alboroto de las fiestas de temporada comercial nos dejarán lánguidos y exangües. Hay una teoría que dice que el Imperio Romano se vino abajo envenenado por el plomo de los recipientes de vino, envenenó a todo el mundo ensañándose en las elites y las dirigencias.

Como sea, qué nos está destruyendo? Comenzando con la explosión demográfica, que si no vemos en una pantalla, todavía no podemos imaginarnos porque no vivimos en los bolsones de miseria en ciudades como México, Buenos Aires, Sao Paulo y Río de Janeiro (y ahora Caracas). Qué decir y cómo imaginarse con ciudades que ni siquiera conocemos el nombre como Karachi, Calcuta, Manila, Johannesburgo y Bombay y otras de nombres y de recordar difíciles.

La incomodidad, la carencia absoluta, el «primero yo», la rabia, el engaño y el desengaño, el «¿y a mí qué?», se desbordaron y hasta la esperanza que se quedó en la caja de Pandora parece agonizar y agotarse. Para mi que la memoria es muy corta y nos comienza a fallar. Más de diez años seguidos que en las pruebas de rendimiento escolar, el Ecuador no puede llegar ni a nivel de 500 en un total de 1000 puntos. Que ya hay adelantos y progresos en el mundo, los hay, sí, pero es a pesar de la desidia y de los cálculos de dominación.

Si no fuésemos porfiados, por suerte, junto con los destrozos educativos de Rafael Correa, las campañas de odio de Putin contra los testigos de Jehová, la homosexualidad, y ahora el rap, los fanatismos islámicos y el negocio de la droga, todo, absolutamente todo deberíamos lanzarlo al basural y nosotros acostarnos en una hamaca.

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