NAVIDAD FUENTE DE AMOR

Hay quien dice que no es Dios, que se trata de un histórico farsante. Hay quien dice que no hay documento histórico que pruebe su existencia. Hay quien dice que se trata de una fábula judía para que se cumpla lo escrito en el viejo Testamento de ese pueblo. Hay quien dice que solo es un hombre excepcional. Hay quien dice que es la prueba de que Dios está loco por mandar a su hijo a vivir como los hombres y sufrir como ellos. Hay quien dice…

Desde hace más de dos mil años, la humanidad vive pendiente de aquel personaje nacido en Belem, una pequeña, pequeñísima, aldea de artesanos, labradores y pescadores y que según los testimonios de sus amigos Juan, Mateo, Marcos y Lucas, durante apenas tres años, predicó que el amor era el único mandato de Dios, logrando con ello un quiebre en la historia de la humanidad.

El amor, ese sentimiento indefinible que nadie ha podido expresar con palabras todo el océano de emociones que agita la vida de todo ser humano. El amor como antítesis del odio, de la guerra, de la violencia; el amor como cadena indestructible de solidaridad; el amor como camino del diálogo y la paz; el amor como escenario del perdón. Esas ideas están allí, constan en el testimonio de sus discípulos y son las que rompieron la historia de la humanidad en dos partes, antes de ella y después de ellas.

Es que el mundo ya no volvió a ser el mismo después de Jesús. No tuvo ejércitos pero conquistó la historia. La ética y la moral, desde entonces, han sido el ideal a alcanzar por los seres humanos como individuos y por las sociedades formadas por ellos. Esa ética y esa moral rigen las relaciones y cuando se rompen los individuos y las sociedades entran en crisis, los cimientos se tambalean y se torna urgente el restablecer el equilibrio desafiado.

Hoy la humanidad ha olvidado su mensaje, los supermercados y los grandes almacenes lo han reemplazado por un gordo detestable, vestido de rojo y con blanca cabellera y barba que viaja por los cielos, en un trineo arrastrado por unos renos voladores exigiendo que compremos y compremos, que consumamos, que gastemos hasta lo que no tenemos en aras de una promesa falsa y mentirosa de felicidad. No, no quiero esa promesa, detesto ese mensaje; prefiero el humilde mensaje de ese niño de Belem: paz, alegría y solidaridad que nace y se nutre de amor.