Curiosas navidades

Este artículo lo escribo con toda querencia y amor que habita en mi corazón. Mi abuela materna se llamó Rosa Elena Bayas, llegó junto a mi abuelo hasta esta hermosa provincia de Imbabura, cuando integró aquella hazaña que rompió las entrañas serranas, a la par que se tendían las rieles del tren desde Quito, para finalmente culminada la vía en Ibarra, asentarse en Otavalo. Ellos conversaban las proezas y heroísmo que significó esa empresa. Nombraban gentes y poblaciones, Cumbaya, Tumbaco, Pifo, Yaruqui, El Quinche, Cangagua, aunque su historia incluía los legendarios suelos de Bucay, Nariz del Diablo, Huigra, Sibambe, Alausí, Guamote, también unidos por el ferrocarril de Alfaro.

Mi abuela fue una mujer delgada, ágil, de rostro templado, señora del corazón más dulce que he conocido. Parte de su elegancia eran sus delgadas trenzas asentadas sobre sus hombros, el pañolón de marca “Magdalena”, sus vestiduras habitualmente oscuras, cubrían con la anchura sus piernas. Sus manos rugosas mostraban pequeñas nudosidades, eran manos diestras aventando la cebada, desgranando el maíz, cociendo los sabrosos locros, repasando los libros de oración y ejerciendo la honrada gracia de escribir.

Había criado nueve hijos, formó un bendecido hogar y se mantuvo intachable, estricta, equitativa hasta su fallecimiento. Sus años le dieron tiempo para entender el rigor y lindeza de vivir. Su alma tocaba la felicidad cuando escribía cartas a sus hijos ausentes. Su oficio de escribiente trascendió, muchas personas cercanas a su morada le encomendaban asiente en el papel las vicisitudes y contingencias íntimas.

La casa de mis abuelos era un paraje celeste, era el eslabón entre la ruralidad habitada por indígenas y la población urbana. En navidad muchas personas le pedían escribiera largas cartas a los seres ausentes para enviarlas por el correo nacional. La navidad se extendía por dos meses o más, hasta cuando el correo traía de vuelta las novedades de los emigrados. Era cuando terminaba el compromiso de mi abuela, leía las novedades que traían esos escritos, los vecinos le gratificaban con granos y frutos, unas gracias o alguno con una moneda de baja denominación.