‘Estoy en todas mis obras y nunca me repetí’

Artista. Cumplió 90 años el pasado octubre. En su casa estudio trabaja hasta la actualidad.
Artista. Cumplió 90 años el pasado octubre. En su casa estudio trabaja hasta la actualidad.
‘La forma’
‘La forma’
‘mujer sentada’
‘mujer sentada’

Damián De la Torre Ayora

Estuardo Maldonado se mueve como un gato en medio de la oscuridad. Baja los cuatro pisos de su casa con una agilidad que se rebela a sus 90 años recién cumplidos. Prende las luces de cada uno de sus cinco estudios mientras esquiva anaqueles, pinturas, esculturas y piezas arqueológicas que llenan cada rincón. “Me vas a tener que disculpar porque ando maluquito, ya maluco de la memoria, me olvido de las cosas”, dice con un poco de vergüenza. Pero las horas de charla darán cuenta de que la memoria está intacta, que son los detalles los que tarda en recordar.

Porta un sombrero de paja toquilla calado que lo hace ver muy dandi. Lleva unos pantalones jean azul oscuro, tan azules como su camisa y como la leva que tiene finísimas rayas blancas. Azules como las paredes de su casa. “Es que a mí me gustan todos los colores, pero mi favorito es el azul”.

Parece un tahúr mientras abre un robusto álbum de fotografías, en el cual guarda el registro de cientos de obras. Es un crupier mientras al azar toma cualquiera de sus carpetas y saca cientos de bocetos y explica cómo trabajó cada uno. Y, pese a que sus palabras son la extensión de un voluminoso archivo, reiteradamente (¿paradójicamente?) se disculpará “por su mala memoria”.

Una memoria nonagésima, pero que parece milenaria como la Valdivia, cultura que lo sedujo siempre. “Eso sí, que quede claro en tu artículo: la Valdivia es la primera cultura formativa del continente. Todo te puede faltar, pero no olvides poner eso: ahí no está mi inspiración, sino toda nuestra identidad, nuestras raíces”.

Formativo
A Maldonado (Píntag, 01 de octubre de 1928) lo tildaban de vago porque solo pasaba dibujando. Siempre recuerda que, con unos diez años, a él y a sus compañeros de escuela les entregaron una parcela de tierra para sembrar. Un día, el inspector y el visitador del proyecto llegaron al terreno y vieron que solo el pedazo que le correspondía a Maldonado estaba lleno de malas hierbas. “Cuando preguntaron de quién era ese espacio, mis amigos les llevaron a los profesores al aula, donde estaba dibujando. Me humillaron, me dijeron ocioso. Me pusieron a trabajar y con el azadón cavaba en un mismo sitio hasta que encontré una pieza arqueológica. Emocionado, le mostré a mi maestro, quien me palmoteó con cariño en la espalda. Pero eso no es lo maravilloso de la historia. Lo formidable es que desde ahí me encontré con el signo ‘S’, esa estructura modular determinante de mi obra”.

De esta manera inició su verdadera siembra y cosecha. Aquella ‘S’ que evoca al infinito, que se bambolea entre la vida y la muerte, será la huella precolombina que atravesará casi toda la obra de Maldonado, salvo en sus estudios anatómicos europeos donde al fin tuvo acceso a modelos desnudos, pues hasta antes de partir, en las escuelas de Bellas Artes de Ecuador, aquello estaba prohibido.

De ahí, esa ‘S’ hará guiños en sus primeros dibujos y esculturas figurativas, como en sus múltiples retratos y la escultura ‘Viejita’, hasta ir ganando evidencia en su periodo de formación, el cual se alimenta de múltiples vanguardias como el cubismo, el futurismo, el surrealismo, el informalismo, la abstracción, el cinetismo, entre otros ismos; para luego desnudar totalmente a esa ‘S’ en su periodo de reflexión, donde el ancestralismo precolombino ya no es solo la columna vertebral de su obra, sino también el tejido, los músculos y los nervios; hasta llegar a su periodo de profundización, en el cual se convierte en aquel referente del dimensionalismo y explora como un alquimista el acero inox-color para convertirlo en su cómplice de murales y llegar a ser todo un arquitecto del cosmos con sus hipercubos e hiperesferas.

‘Volare, oh, oh…’
Maldonado siempre se sintió atraído por el espacio, el cosmos. Aquello hizo que se fijara en las aves, pues las consideraba como los seres que la reinan en su máxima libertad. Y un día, en 1957, le tocó extender sus alas y partió a Italia becado. Qué sentiría en sus primeros años por Roma. ¿Qué pasaría por su cabeza en 1958 cuando en el Festival de San Remo la canción ‘Nel blu, dipinto di blu’, de Domenico Madugno, lo hacía ver, más que nunca, ‘En el cielo, pintado de azul’?

La travesía a Italia parte mucho antes que su viaje. Las escalas serían algo así: un día su papá le “metió una paliza injustamente”, por lo que se fue de casa. Un tío le ayudó a que se convirtiera en paje de una familia acaudalada. La familia tenía cuatro hijos y el más pequeño le “permitía que pasara jugando antes que estar barriendo”. Aquel hacendado fue un “gran pintor”, aunque nunca expuso porque “prefirió ser un amateur, pese a su gran potencial”. Ese pintor aficionado le llenó de consejos y fue el primero en no tildarlo de vago por pasársela dibujando. Un día llegó Ruperto, el mayor de los trece hermanos de Maldonado, y se lo llevó a Guayaquil. Tanto Ruperto como su otro hermano, Alfredo, vieron su potencial artístico y lo motivaron a que estudiara en la Escuela de Bellas Artes de Guayaquil. Uno de sus maestros, a quien admiró “muchísimo”, fue Hans Michaelson, “un gran pintor que tuvo que salir de Alemania por su origen judío”. Él junto a otros maestros vieron su dedicación y lo motivaron para que aplicase para una beca en el exterior. Siguió los pasos de su amigo Enrique Tábara, pero no partió a España, sino a Italia.

“Mi padre estaba feliz de ir a la cuna del Renacimiento -dice Gabriel, el hijo de Estuardo Maldonado-. Amaba mucho a Da Vinci y el arte italiano”. Italia sería su segunda patria, donde viviría por alrededor de cuarenta años.

Esfera familiar
Gabriel Maldonado, sin darse cuenta, remoja su pan en el té de la misma manera que su padre. Compositor electroacústico y artista sonoro, asegura que a los genes no se los puede negar. “Indudablemente, la motivación por el arte viene de casa, de mi padre y de mi madre”, señala Gabriel, quien vive en su natal Roma y ahora está de visita.

“Uy, siempre es durísimo ser hijo de un artista, sobre todo si hablamos de un artista de verdad, como Estuardo -dice Gabriel, con un español fluido, pero que no pierde el acento italiano-. Con mi hermana (Raquel, lingüista radicada en EE.UU.) sabíamos que contábamos con mi padre, pese a que viva en su mundo, creando siempre”.

– ¿Cómo es Estuardo papá?
– Te diría que firme, que le gustaba mucho la disciplina.
– ¿Qué decía tu mamá?
– “Maldita Escuela de Cerámica” (risas).

Estuardo Maldonado saborea su pan mientras escucha atento las palabras de su hijo. Una leve sonrisa se dibuja en sus labios. “Mi mamá (Laura Piccinini) siempre bromeaba sobre el día en que se conocieron. Ella también fue una artista aficionada. Pintaba, dibujaba y aprendió cerámica: ahí conoció a Estuardo”.

-Belleza romana –exclama sutilmente el maestro.
-Entonces, ¿su esposa le entendía como artista?
-Siempre me apoyó, pero igual decía que era vago (risas).
– ¿Cómo es eso?

– Lo que pasa es que no me gustaba hacer las cosas de la casa. Prefería estar trabajando o aprendiendo lo que me interesaba como tocar la guitarra.
– ¿Sabe tocar la guitarra?

– Pero así no más. Mi hijo es músico, y es bueno. Yo tocaba una que otra canción. Después, él me hacía ver mal de lo bien que toca. Aprendí un poco gracias a las clases que tomaba cuando viajaba mi amigo Hugo Oquendo. Muy buen guitarrista, un orgullo ecuatoriano. ¡Qué pena que murió!

Mundos paralelos
Karen tiene 21 años. Es venezolana y no tiene confianza para dar el apellido. Ella fotografía la ‘Escultura monumental’ de Estuardo Maldonado que se levanta en las afueras del Edificio Cofiec, en Quito. Se maravilla por los paneles de múltiple dimensión de inox-color que conforman esa enorme T, que brilla reluciente por el sol de octubre. Tras un primer acercamiento, piensa que hay coqueteo. Tras mirar el libro ‘Estuardo Maldonado: dimensión y forma’ (Centro Cultural Metropolitano, 2014), que sale de la mochila, y contarle que, a pocas cuadras, en la Casa de la Cultura Ecuatoriana se exhibe ‘Genialidad creadora: Homenaje a sus 90 años de vida’, confía un poco más.

Se anima a visitar la exposición. Recorre rápidamente las salas Joaquín Pinto y Pedro León. No tiene tiempo para admirar las más de 250 obras del maestro Maldonado, pero sí tiene los minutos suficientes para sorprenderse por su creatividad. “Entonces, ahora tiene noventa años. Es decir, cuando hacía estos hipercubos tenía como setenta. No puedo creer que alguien de esa edad hiciera algo así. Parecería el trabajo de alguien mucho más joven”, dice Karen.

La historia llega a oídos de Maldonado, quien solo menciona con cierta solemnidad: “Sencillísimo, como todos, busca la perfección. Como el cosmos, hay muchos espacios en un cubo: ella se encontró con su espacio”.

La anécdota también llega al escritor y académico Humberto Montero, posiblemente el estudioso más riguroso de la obra del maestro en la actualidad, autor del libro ‘El signo de Estuardo Maldonado’ (CCE, 2018), que recoge un gran ensayo semiótico donde deja en claro la “equinoccialidad” del artista.

-Para mí, la respuesta es sencilla -dice Montero-. La chica simplemente captó la percepción limpia de Maldonado. Es tan pura y honesta que la vuelve universal.

-Sin duda, es un adelantado. Parecería un extraterrestre, no por lo espacial, sino por lo especial…

-Sí, es espectacular. Pero me atrevería a decir que no está por encima de nadie, sino en una dimensión paralela. Un hombre de un paralelismo total, muy a lo Valdivia. Maldonado es un paralelo cero en Ecuador como en Italia: es la equinoccialidad en todo su esplendor.

Retorno
Maldonado es determinante en cada decisión que toma: de joven, se fue de casa; estudió arte sin dudarlo; se marchó a Italia sin pensarlo dos veces; compró una casa en plena zona roja del Centro Histórico de Quito en los 80’; y regresó a Ecuador, definitivamente, en los 90’.

-¿Qué vio en esta casa?

-Que era grande, que tenía una vista hermosa para mirar la belleza arquitectónica de Quito, que podía guardar mi obra y mi colección de piezas arqueológicas (miles de vestigios precolombinos son resguardados con cautela), que podía hacer mi fundación y museo.

-Pero cuando compró, ¿esto era zona roja?
-Sí había delincuentes. También estaba repleto de casas de citas.
-¿Qué me podían hacer?
-A lo mucho, guiñarle un ojo.
-O yo guiñarles a ellas (risas).

En su casa antigua, ubicada en el sector de la 24 de Mayo, mira las fotos de una de sus hipesferas y un ‘Autorretrato’ (1950). Al consultarle acerca de cuál de las obras refleja al verdadero Maldonado, se limita a decir: “No solo en ambas, yo estoy en todas mis obras y nunca me repetí”.

Lo cierto es que Maldonado resulta irrepetible. Siempre es él mismo, de palabras tan cortas como precisas. De respuestas tan contundentes como su propio organismo. Bastaba con verlo el día de montaje previo a la exposición que celebraba sus 90 años en la CCE. La mañana del 03 de octubre de 2018 atendió a varios medios al ritmo de un rockstar, con una fortaleza que lo hacía ver como un X-Men, como si su estructura ósea fuera hecha de acero inox-color; sin contar con la estructura de su mente, capaz de responder con una agilidad felina.

-¿Qué le hace feliz?
-Saber que la obra está como la imaginé.
-¿Qué le pone triste?
-La muerte de mis seres queridos.
-¿Su figura?
-El cubo.
-¿Por qué?
-Porque está en todo lado.
-Maestro de dimensiones, ¿en cuál de ellas está?
-En la ecuatoriana.
-Si Ecuador fuese un ‘hiperespacio’, ¿Ud. qué espacio ocupa?
-Sencillamente, el de Estuardo Maldonado.
-¿Qué queda del niño de Píntag?
-Todo, sigue siendo el niño de siempre, porque los sentimientos son los mismos.
-¿Siente que Ecuador ha sido recíproco con su arte?
-En mi caso, no puedo estar más agradecido.
-Parece que no tiene huesos sino acero inox-color. Seguro le hacen un homenaje cuando llegue a la centuria.
-Eso quisiera yo. Pero, si me lo hacen, que no me pongan en estas salas de atrás. Que me manden adelante para que me visite más gente.

Reconocimiento

Algunas distinciones

° 1961: Primer Premio Internacional de la Asociación Artística de Roma.

° 1963: Primer Premio Nacional de Jóvenes Artistas de Roma.

° 1964: Premio Internacional Terme Luigiane de Cosenza.

° 1966: Primer Premio en la Bienal de Arte Sacro de Celeno.

° 1969: Premio de Pintura de la Bienal de Deporte en Madrid.

° 1970: Premio Nacional del Festival Internacional de Pintura en Cannes.

° 1972: Primer Premio Nacional de los Estudiantes de Arte de Italia.

° 2009: Premio Nacional Eugenio Espejo de Ecuador.