Elitista o de masas

Manuel Garcìa Verdecia

Alguna gente habla de “alta cultura” o “arte elitista”. No quiero emplear esos términos, aunque no tengo ningún prejuicio hacia ellos, simplemente porque durante años han estado conectados a circunstancias que le confieren cierto cariz discriminatorio. Los conceptos de “alto” o “elitista” han sido enarbolados, no siempre como escalón superior de realización estética sino como polo opuesto al llamado “arte masivo” o “de masas”.

En principio el término tuvo un carácter despectivo y excluyente. Las creaciones de un sector sin las debidas posibilidades de referencia o de estudio no dejaban de ser, por sus intenciones y las satisfacciones que cubrían, productos culturales que en gran medida carecían de artisticidad o perspectivas trascendentes, pues no podían ir más allá de las limitaciones de sus generadores y receptores.

Por las compenetraciones y las movilidades entre distintos sectores de la actividad humana, mucho de ese arte, ingenuo, rústico, imperfecto, sirvió de fundamento a posteriores realizaciones de mayor alcance. El concepto de “arte de masas” fue adoptado y manipulado por sistemas explotadores o populistas. La idea, perniciosa por reductiva así como discriminadora por confinadora, presupone un numeroso grupo humano que siente y se comporta como una masa, algo informe, moldeable, pasivo.

Esto convino a los sistemas que se dieron a “normalizar” y promocionar este arte de masas, aceptándolo pero siempre distinguiéndolo de la “alta cultura”. Olvidaron y desatendieron sus responsabilidades en ayudar a esos grupos humanos a identificar sus necesidades y esforzarse en suplirlas, para lo cual debían propiciar las condiciones en que pudieran cultivarse y edificar una sensibilidad más a tono con los propósitos y búsquedas del humanismo.

Mucho del arte consumista que se transmite, reproduce y difunde a velocidades digitales, responsable de la generalizada instauración del mal gusto, tiene como base la apropiación de ese arte masivo y su legitimación como auténtico. Arte para consumo, lo cual lleva implícita la ganancia para los productores, en lugar de arte para el crecimiento humano.

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