Misoginia colectiva

Mariana Velasco

En cualquier parte del planeta, más mujeres se sienten acompañadas para denunciar casos de acoso y abuso sexual. A su tiempo, cada una, cuenta su historia. En las Américas, de extremo a extremo, el año cerró con revelaciones perturbadoras del movimiento #Me Too, Estados Unidos y #Mirá cómo nos ponemos, en Argentina.

Algunos hombres alzaron la voz en nombre de las mujeres, pero muchos que permanecen en silencio. El silencio es la postura predeterminada de muchos compañeros de existencia, que se consideraron así mismos aliados de las mujeres. El silencio también es un acto de violencia. Son colectivamente cómplices de una arraigada masculinidad venenosa y sexismo en su forma de pensar. Por siglos, permanecieron escondidos tras el mito de que “así son los hombres’’, ficción que distorsiona la brújula moral que impide la madurez y desarrollo.

La sociedad y la mujer son responsables por guiar al hombre a negar sus sentimientos. También los enseña que la vulnerabilidad sexual significa debilidad que no es propia de los “machos’’. Basta de cubrir con máscara esas lasitudes. Solo la educación será el salvavidas que extermine los patrones culturales y permita seres humanos felices, en igualdad de derechos.

Sabemos lo que muchos piensan sobre nosotras, el lenguaje que usan, el sentido de poder que se otorgan a través de aventuras sexuales, sus imaginaciones pornográficas, sus gestos despreciables que no son bromas de vestidor y que por estos no sienten vergüenza.

La masculinidad tóxica lastima y viola a las mujeres. Desde el simple hecho de que una mujer cambie el apellido por el de su esposo, es una práctica patriarcal. A través del silencio y una misoginia colectiva sin cuestionamientos, el hombre falla al ser protagonista para perpetuar el sexismo.

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