‘La cruz que me tocó’

María Elizabeth Muñoz

La violencia de género es un fenómeno en escalada en el cual existen múltiples elementos que se deben analizar cuando se aborda esta temática social, entre ellos los factores de riesgo y vulnerabilidades en las víctimas. Un factor de riesgo predisponente muy poderoso, además del haber sido testigo de violencia, es la carencia o privación afectiva en la infancia que repercute negativamente en la autoestima y que con el tiempo se transforma en necesidad de aprobación (búsqueda de pertenencia y validación permanente de los demás) y que, finalmente se constituye en un patrón desadaptativo de dependencia emocional; caracterizada por la necesidad extrema, idealización, sumisión a la pareja y miedo al abandono que lleva a la persona a tolerar toda clase de atropellos.

Entre los factores determinantes tenemos la presencia de esquemas cognitivos en forma de dogmas arraigados social, moral y religiosamente, éstos aparecen en el trabajo terapéutico cuando se gestionan argumentos a favor del establecimiento de límites en las relaciones abusivas. Sofismas como: “es la cruz que me tocó”, “es que estamos bien casados… por todo”, “la vida es para sufrirla” (cuyo objetivo no es más que santificar el dolor y la humillación) influyen significativamente en la toma de decisiones y ejercicio de derechos, cerrando la puerta a oportunidades de cambiar el final de muchas de las historias que conocemos y de otras que no.

La indignación masiva en las calles y en redes sociales, si bien aportan significativamente en la visibilización de la violencia contra la mujer, nos la presenta como una temática unicausal que desemboca en la confrontación de géneros. Por lo tanto, una protesta eficaz constituye el brindar a los más pequeños entornos familiares y sociales funcionales en donde prime el afecto, el respeto, la estimulación de potencialidades en el marco de derechos y responsabilidades a fin de que los factores de riesgo puedan transformarse en factores de protección. (O)

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