¿Qué vendrá?

¿Qué se necesita para ser buen alcalde, buen político, buen servidor público? No hay receta concreta, eso hay que aceptarlo. Románticamente podemos decir que aquel que se deje llevar por la ética, la entrega y la disciplina habrá de conseguir la mayoría de cosas que ha propuesto, pero la realidad es siempre más compleja y mucho más rica y difícil. Por eso la demagogia cae por su propio peso, por eso la decepción se vuelve moneda común. Porque somos un pueblo que se envenena con esperanzas y odios a partes iguales y no nos permitimos el lujo de razonar fríamente y criticar con dureza, pero con responsabilidad.

Quien gane estas elecciones en el puesto que sea, deberá entender que gobernar significa entregarse a todos. Y eso implica la necesidad de hacer que las piezas de todos los sectores entren en la ecuación en la misma medida, sin remilgos absurdos. No se puede gobernar para las élites, pero tampoco sin ellas y lo mismo aplica para cada grupo social que debe ser escuchado y que también debe aprender a ceder y negociar para que ganemos todos. Los radicalismos obtusos solo sirven para congelar el desarrollo. Entiendo, claro, que hay posiciones que son intransigibles, pero espero de un buen gobernante que las pueda defender con nobleza y buen método.

El resultado del CPCCS, sea cual sea, no cumplirá con las expectativas de nadie. Nos encontramos ante un tremendo contrasentido electoral, donde aspiramos a la participación ciudadana, pero nos topamos con una descarada manipulación partidista. Debemos perderle miedo a la política para poder ejercerla mejor. No creo que encontremos la salida huyendo de la ideología o de los partidos, porque la verdadera participación implica un posicionamiento. El halo de santidad sobre la neutralidad es otra utopía dañina y grosera.

Lo que venga, habrá que enfrentarlo.