El pañuelo

POR: Germánico Solis

Mi madre me decía: “¡estás todo un chullita!”, pronunciaba esta frase cuando colgaba un pañuelo sobre mi pecho, recuerdo lo hacía valiéndose de un imperdible. Seguido retocaba mi peinado, venía la bendición, y luego lo que me asustaba, las observaciones que hacía mi tía, ella auscultaba mi vestimenta, correa, oídos, mis cuadernos, y siempre el pañuelo engarzado a mi pechera. Corría entonces a la escuela, llevaba en un bolsillo tostado, y en el otro, canicas y otras ilusiones.

Aquel pedazo de tela, -el pañuelo- era tan importante en la cotidianidad de los niños, jóvenes y adultos. Era tan útil y destinado principalmente al aseo de la nariz y la boca. Con el paso de los años me di cuenta que tenía otros usos, todos importantes, bien sea para el cuidado de la integridad, o como parte de la finura de las personas. No era un aditamento para la pulcritud, era elegancia, gala, refinamiento impostergable en el bolsillo ulterior de un caballero.

Los pañuelos se elaboraban con telas que guardaban corresponsabilidad con la personalidad del individuo. Había de seda, algodón y de tejidos que revelaban la procedencia y marca. Muchos eran populares y no necesitaban distinciones, eran los de campaña.

Las usanzas de la cuadrada prenda eran variadas, unos se destinaban para colocarlos en el bolsillo que está a la altura del pecho, y que prevalecen en las chaquetas o fraques de los ternos. Los colores y diseños igualmente eran variados. Los usuarios de esta pequeña prenda, preferían los que combinaban con el traje que vestían. Generalmente los hombres colocábamos el pañuelo en los bolsillos traseros de los pantalones, no llevarlos, causaba aturdimientos e incomodidades.

El pañuelo se izó para despedir a quienes se embarcaban en trenes y barcos. Sirvieron para hacer señales de rendimiento en las confrontaciones. Muchos fueron usados para secar sudores de la cara y cuello, o para ondearlo alegremente en bailes y jaranas. Tuve tantos pañuelos, entre ellos uno que me gustaba, tenía mis iniciales bordadas por mi madre, nunca lo utilice para limpiar mis zapatos, lo guarde no sé dónde, y no lo encontré para secar mis lágrimas cuando mi madre descendía al sepulcro.