Retos para el nuevo

Daniel Marquez Soares

Jorge Yunda es uno de esos hombres a los que la vida le enseñó a disimular su inteligencia. Es un maestro en el empleo de esas mismas herramientas que durante siglos los menos afortunados (los pobres, los indios, las mujeres, etc.) han empleado en los Andes para sobrevivir: aparentar que uno sabe menos de lo que en verdad sabe, hablar menos elocuentemente de lo que uno podría, achicarse para parecer más pequeño, soportar más ofensas que las que uno debería, disimular toda emoción negativa y todo deseo frustrado tras risitas y bromitas. Aquí arriba en las montañas, en Quito, quien nace del lado equivocado de la escala social debe aprender a parecer inofensivo, por su propio bien. Aunque no lo sea.

Al contar con el respaldo de apenas un quinto del electorado, al nuevo alcalde le espera un trabajo difícil. A diferencia de la mayoría de los candidatos que venció, cuyos simpatizantes votaban movidos por afinidad a un caudillo o por un cierto tinte ideológico, Yunda tiene votantes obscena y legitiamente prácticos, movidos por el beneficio directo que vieron en sus ofertas de campaña. Pero ese tipo de simpatizantes, por más que resulten gratos cuando les cumplen lo ofrecido, también suelen ser caprichosos y asustadizos: quieren su tajada rápido, a cabalidad y sin excusas.

La mejor lección viva que podría tener Yunda, en ese sentido, es su predecesor y antagonista, el alcalde saliente Mauricio Rodas, quien resultó víctima de la costumbre opuesta: querer parecer más inteligente de lo que en verdad era y ser dueño de un verbo, un carisma y unos modales que, de tan sofisticados, rebasaron ampliamente a su capacidad de acción. El nuevo Alcalde llega al cargo sin la presión, el miedo y la prisa de Rodas por el sencillo hecho de que la mayoría de la ciudad no tiene ninguna esperanza puesta en él.

Administrar Quito nunca ha sido fácil, pero la historia reciente demuestra que la ciudad favorece a aquellos alcaldes ejecutivos, simplones y prácticos, aun cuando relegan los buenos modales y a la imagen pulcra a un segundo plano. Si Yunda consigue reconocer eso, así como la legítima urgencia de los problemas que enfrenta la capital, tal vez logre trabajar. Al menos resultará entretenido: siempre es fascinante observar el accionar de personas que son más inteligentes de lo que parecen.

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