Chancho en lodo

Freddy Rodríguez

La semana que concluye, ha sido pródiga en noticias relacionadas con el concurso de agravios y golpes bajos, cuyos personajes principales han sido el antecesor y el sucesor. El antecesor, Ec. Rafael Vicente Correa Delgado, expresidente cuasi dictatorial de la República del Ecuador, y el sucesor, Lcdo. Lenín Boltaire Moreno Garcés, presidente cuasi constitucional de la misma, han sacado a relucir sus más bajas y mundanas pasiones, y se han enfrascado en una retahíla de insultos e insinuaciones tremendas, al más puro estilo del libreto de una pésima telenovela, de aquellas que relatan las peripecias de los capos de la mafia.

El epíteto de “más ladrón serás vos”, se intercala con el de “más mentiroso serás vos”, y los otrora compañeros de lucha, que no escatimaron en loas y ditirambos para alabarse mutuamente, ahora dicen que se odian con locura, recordándonos el añejo valsecito peruano, uno de cuyos versos dice: “pero ten presente, de acuerdo a la experiencia, que tan solo se odia lo querido”. Sí, los antiguos compañeros revolucionarios que, durante una década, nos hablaron de “manos limpias, mentes lúcidas y corazones ardientes”, hoy siguen ardiendo, pero de ira: el uno le dice al otro “pillo”, y el otro le dice al uno “al cual pillo pues, traidor”.

Luego de la intromisión (hackeo, que le llaman) a los teléfonos celulares, ‘ipdas’ y más adminículos electrónicos del Licenciado y su familia, para sacar a la luz fotos sobre hipotéticas aficiones sibaritas del susodicho, éste ripostó con fiereza, y le enrostró al “exjefe de todos los jefes” afirmaciones sobre un supuesto intento de asesinato y un supuesto asesinato consumado, por algún problema de alcoba, que involucraría a un ex militar y a una dama extranjera, delitos que, de ser ciertos, debía denunciarlos en su momento. “Alma enferma”, “miseria humana”, le dijo el antecesor al sucesor, añadiendo: “No caeremos en el lodo.

Eso es para los cerdos”. Muy tarde. Los dos han caído en el lodo y, para vergüenza de los ecuatorianos, se refocilan en él, demostrando cuan rastrero puede ser el ejercicio del poder cuando, quienes lo detentan, no están a la altura de la responsabilidad encomendada por el pueblo.