Nuestro destino inverso

Nicolás Merizalde

La carta de López Obrador al Vaticano y a la Corona Española exigiendo unas disculpas por las atrocidades de la conquista no ha dejado a nadie indiferente. Es evidente, que la pretensión del Presidente es ridícula por la negación que implica; pues debemos admitir que somos producto de la concupiscencia, la crueldad, la ambición y los excesos de la conquista. Nuestro mestizaje NOS obliga a pedirnos disculpas.

Latinoamérica es un pueblo adolescente que no reconoce a sus padres ni a sí mismo, y se hace daño constantemente por esta clase de extremismos fatales. La discriminación y el trato a los pueblos indígenas en nuestros días no deja de ser entre despectivo y condescendiente (Véase Roma de Alfonso Cuarón, tan mexicana como pop). De paso, la santa posición de los incas en el imaginario social, se debe repensar.

Con solo días de diferencia el régimen de Bolsonaro aprueba una reforma educativa que pretende convencer a los jóvenes de los afanes izquierdosos de los nazis en los años cuarenta y otras perlas con el único propósito de malversar la historia y traerla para su molino. Lamentablemente, la historia como la verdad existen, y aunque podemos estar de acuerdo en que no es una ciencia exacta también debemos admitir que tampoco es un cuento de hadas que se puede reescribir con todo gusto.

Falsear la historia como si cualquier cosa por estos dos bandos ideológicos nos desnuda como un pueblo atrapado en la irreflexión, la desmemoria y una latente crisis de identidad. Ese es el primer colonialismo que debemos desterrar, el que pesa sobre nosotros mismos para no dejarnos ver quiénes somos y quiénes fuimos.

La historia se piensa, se aprende, pero no se tergiversa. La segunda ola de fascismos que vive el mundo nace del mismo basurero donde hemos echado el pasado, ese destino para atrás, tan ineludible como necesario.