Los cabuyeros

POR: Germánico Solis

Mantengo el empeño de encontrar en los pueblos y anejos de Imbabura, así como en los caminos de mi patria querida, costumbres, tradiciones, labores perdidas en el tiempo, historias humanas para contar y escribir; y encuentro por donde voy, la maravilla de la existencia humana, el ingenio del hombre, el entramado perdurable entre el ser humano y su entorno. Creaciones de la inteligencia buscando satisfacer las infinitas necesidades para vivir.

Hay una pequeña población en Imbabura que se llama El Cabuyal, entreveo que ese apelativo obedece a que fue suelo donde se propagó la cabuya. Ahora, no hay nada, sin embargo, es memoria para recordar lo que veíamos cotidianamente. Los paisajes serranos se complementaban y se hacían nuestros cuando al avistar la inmensidad, observábamos un lago, una montaña, una nube y una cabuya, esa planta de punzantes hojas asestando al cielo, en los filos espinas y con un verdor exclusivo, eran incluso mojones, guías en senderos y chaquiñanes.

Era común mirar que en la parte superior de las antiguas carrocerías de madera de las cooperativas de transportes de Otavalo, -llegando desde la zona de Íntag- enormes fardos de cabuya semiprocesada, casi rozando el cielo, asemejándose al cabello rubio de mujeres protagonistas en las leyendas. Pero, eran enormes madejas de cabuya destinadas a los artesanos que elaborarían múltiples aparejos y adornos.

En la población de San Roque igualmente, hubieron muchas familias dedicadas a procesar la cabuya, eran incluso muy conocidas por ser proveedores del hilo de esa planta, y de las renombradas talegas o costales, a éstos pobladores se les llamaba costaleros.

La hebra de la cabuya se enrollaba en canutillos, se lo hacía utilizando maquinitas artesanales como un adelanto a la labor extremadamente manual. Dependiendo de la utilidad que se daría a esos cordones, se teñía con colores vivos. Muchos utilizaban telares patrimoniales para crear vistosos tejidos que se utilizarían en curiosos adornos y arreglos utilitarios. La cabuya valió para hacer sogas, bolsos, rodapiés, albardas, redes, correas, sombreros, y las conocidas alpargatas, sobre las que los caminantes afinaron trovas a la vida ahora olvidadas.