Talía Guerrero Aguirre
Me gustaría compartir la siguiente anécdota que considero muy enriquecedora, tanto para los hijos olvidadizos, como para los que valoran lo que tienen.
“Había un enorme y hermoso manzano alrededor del cual todos los días un niño jugaba, se trepaba hasta el tope, comía sus frutos y le daba sombra cuando lo necesitaba; amaba al árbol y este lo amaba profundamente a él; sin embargo a medida que el niño crecía, jugaba cada vez menos y eso le entristecía mucho al árbol. Mas cuando regresaba se sentía contento y le preguntaba siempre muy emocionado ¿Vienes a jugar conmigo?; pero el niño invariablemente tenía una excusa para no hacerlo. La primera vez le dijo que ya no era el niño de antes y ahora quería juguetes pero no tenía para comprarlos; el árbol no tenía dinero, pero le ofreció sus manzanas para venderlas y pueda comprarlos. Después de un tiempo le dijo que no tenía tiempo para jugar porque debía trabajar para comprar una casa para su familia, ¿puedes ayudarme? le pregunto; y el árbol dijo no tengo una casa, pero puedes cortar mis ramas para construirla. La siguiente vez que volvió al árbol, estaba muy afligido para jugar y quería un bote para navegar y distraerse, ¿Puedes darme uno? le pregunto y el árbol contesto, puedes usar mi tronco para hacer uno y así puedes ser feliz. Finalmente y a pesar de que pasaron muchos años para que vuelva, el árbol estaba tan alegre de verlo, pero le dijo; lo siento ahora ya no tengo nada que darte ni siquiera mis manzanas, solo me quedan mis raíces muertas; entonces el hombre replicó: estoy viejo y cansado, no necesito mucho ya no tengo dientes para comerlas ni fuerza para cogerlas; el árbol le sonrió y le dijo entonces ven conmigo, las raíces son el mejor lugar para recostarse y descansar”.
Para los padres; cuéntele a su hijo la historia de su gran árbol, poniendo énfasis en la importancia de saber cuidarlo siempre; seguro se lo agradecerá para cuando le toque el turno de ser árbol. (O)