Filtran video de Julian Assange dentro de la Embajada de Ecuador

Captura de pantalla del video de Diario El País.
Captura de pantalla del video de Diario El País.

José M. Abad Linan

Diario El País de España

Agarrado por tres policías y a gritos, un Julian Assange desaliñado y envejecido pisó la calle el jueves por primera vez en siete años. Abandonó a la fuerza el edificio de la Embajada de Ecuador en Londres, donde se había atrincherado para evitar ser detenido. Un escenario que Assange, su equipo, el personal diplomático y el de seguridad se vieron obligados a compartir en una convivencia a menudo tensa en los 300 metros cuadrados del piso de la embajada.

Varias cámaras registraban sus movimientos en el refugio en el que acabó atrapado. Este es el relato de su día a día construido a partir de los testimonios de una docena de guardias de seguridad —a las órdenes de una empresa española— encargados de proteger la legación hasta 2017.

La vida de un fontanero valenciano se cruzó por segunda vez con la de Julian Assange en 2016, cuando recibió una llamada en la que una voz conocida le encargaba una faena especial.

Tenía que viajar desde el pueblo valenciano donde vivía hasta Londres para reparar una avería en un cuarto de baño. El atasco está en el aseo del ciberactivista más buscado del mundo, en la Embajada de Ecuador. Cuatro años lleva allí refugiado el antiguo periodista y hacker nacido en Australia en 1971, fundador de Wikileaks, la organización que en 2010 había filtrado a medios de comunicación un importante volumen de documentos y centenares de miles de comunicaciones internas de EE UU sobre las guerras de Irak y Afganistán.

Meses antes de refugiarse en la embajada, Assange había perdido un recurso para evitar ser extraditado a Suecia, que había cursado una orden internacional de detención por supuestos casos de violación y abusos sexuales. Ya en la embajada, Ecuador le concedió primero el asilo y luego la nacionalidad. Pero en cuanto atraviese la puerta y pise suelo británico, será detenido. El temor a ser espiado obsesiona a Assange y a quienes lo rodean en la Embajada.

Al fontanero lo llamaron los guardias de la seguridad privada de la misión diplomática. Necesitaban que arreglara el baño alguien de confianza, y a él lo conocían porque había trabajado cuatro meses y medio con ellos como vigilante, un año antes. Temían que, con el pretexto de arreglar el baño, se les colara la inteligencia británica. La factura de los cuatro días de reparación es tan infrecuente como el encargo: unos 4.000 euros. Assange ya podía volver a dejar correr el agua de la ducha. Lo hacía para entorpecer posibles escuchas, según recuerdan que les contó los guardias, que ocultan su nombre porque se comprometieron con su empresa a mantener la confidencialidad.