‘Far west’ andinao

Poderoso caballero es don dinero, pero en la explotación minera hay algo cierto: la mayor parte de la producción minera y sus beneficios (oro, gas natural, petróleo, cobre, hierro, plata, uranio, diamantes) se encuentran en manos de un reducido número de multinacionales que controlan los mercados mundiales e imponen sus condiciones tanto a los países productores como a los consumidores. En Ecuador al Estado le llega poco y a los mineros muy poco. Y no se puede imponer condiciones por falta de capitales y porque la tecnología es de los países industrializados.

En el fondo la minería es un mal negocio, aparte de peligroso. Pero además en la conciencia de la opinión pública y de los que creen en el ser humano, la minería degrada el medio ambiente: contaminación, deforestación, sobre todo las que se realizan a cielo abierto, que no es otra cosa que una herida en el corazón de la tierra. Es un adiós al hermoso paisaje natural y un desperdicio del agua, que ya no servirá ni para beberla, ni para bañarse, ni para fecundar la tierra y peor para acompañar al whisky de los empresarios explotadores.

Hay algún engaño cuando las empresas extranjeras explotadoras ofrecen a los moradores a cambio de que no fastidien, una carretera, una escuela, un pequeño hospital. Es la demagogia de los grandes capitales. Hecho el negocio se van y dejan dañado, contaminado y yermo el sector, sin mantenimiento y quedan olvidados lo ingenuos y pobres comarcanos.

Los empresarios nacionales y extranjeros aducen que si no se explota “técnicamente” las minas se da paso a la minería ilegal. Es cierto, tanto que las fuerzas armadas y Policía, en el Carchi e Imbabura, llegan para frenar a grupos armados que se apoderan de todas las minas y extorsionan a quienes desean trabajar allí. Es el antiguo Far West americano, donde en los salones al único que estaba prohibido disparar era al pianista.

Mas para evitar eso existe el Estado: para controlar y propiciar fuentes de trabajo para los moradores de esos sectores, no para reprimir. Como dice Gustave Le Bon: “Las voluntades débiles se traducen en discursos; las fuertes en actos”.

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