No somos nada

Patricio Durán

Yo no digo que seamos un país insignificante como nos tildó Assange. Lo que somos es una sociedad a la defensiva. Antes de Assange nos decían lo que éramos o íbamos a ser. Ahora solo nos dicen que no somos nada. El visitante incómodo –cara pálida, cabellos canos y expresión nebulosa, que esboza de vez en cuando una sonrisa mordaz- pasó siete años encerrado en nuestra embajada en Londres, acompañado de su gato, el que alegraba los días sin fin del fundador de WikiLeaks. En realidad, la embajada pertenecía al gato y los ecuatorianos pagábamos la renta. Seguramente la sabiduría del gato era infinitamente superior a la de Julián por eso fue puesto a buen recaudo.

Assange no es nada, quizás para unos es héroe y para otros, villano, pero tampoco está muy claro qué mismo sea, lo que sí es un hacker, un irrespetuoso, un majadero y un cochino. Es una especie rara, con los caracteres de un violador, que ahora enfrenta una orden de extradición a Suecia, donde está acusado de agresiones sexuales a dos suecas. La espada de Damocles pende sobre su cabeza por el pedido de extradición a los Estados Unidos, país en el que lo quieren juzgar por la difusión de cientos de miles de documentos militares y diplomáticos.

No somos nadie como en los velorios, donde el único que es alguien es el muerto. No somos nada. Dicen que no hay muerto malo ni ausente incómodo. Assange está ausente de nuestra embajada y ya no incomoda. Lo que sí incomoda es el destino del gato.

Nos definimos por lo que no somos. Yo, si no puedo escribir, sin compostura estilística en la oración, no soy nadie. Assange sin ensuciar las paredes con excremento, sin andar desnudo por la embajada, y, sobre todo, sin Internet no es nada, no es nadie. Durante la “década ganada” no ganamos nada. Los correístas sin Correa no son nada, no son nadie. O sea.