Sistema podrido

Roque Rivas Zambrano

La otra noche conversaba con una de mis hijas sobre la relación del periodismo y la publicidad. Ella sostenía que eran campos completamente distintos. Aunque en teoría debería funcionar así, la realidad es que son áreas codependientes. Los espacios que los medios venden a las empresas les permiten circular y convertirse en emporios de comunicación. Esta condición hace que exista el riesgo de perder independencia e incurrir en la autocensura, para no afectar esa fuente de ingresos.

El libro ‘El Director’, del periodista español David Jiménez, relata lo que sucedió en 2015, luego de que abandonara su corresponsalía en Asia para asumir una responsabilidad mayor: comandar un equipo de 300 personas del diario El Mundo. Para convencerlo de que ocupara este cargo -en el que apenas duró un año- sentenciaron: “Eres nuestra última bala”, según lo que relató a la revista Vanity Fair. No sabía que se avecinaban dos huelgas, 160 despidos y tensiones con la empresa y la redacción.

Jiménez descubrió que “es un pésimo gestor de personas”. Vio de cerca cómo funciona un sistema podrido, en el que pesaba más el poder político, económico o el ‘rating’, que el compromiso con los lectores. Su texto incluye fragmentos que dan cuenta de esta dinámica en la que los periodistas juegan a ser gestores y viceversa. Uno de ellos:

“-Nos falta punch-, dijo en una de las reuniones, mientras el resto asentía.
Historias como las del 11M traían lectores.
-Pero muchas resultaron ser falsas.
-Eso no lo sabemos. Además, los lectores se las creían”.
Contrario a este tipo de periodismo, Jiménez visualiza un diario ideal -fuera del sistema podrido- que sea independiente y abierto, insobornable, tolerante con las ideas y en el que se cuenten las historias que le importan a la gente…

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