Patrimonio histórico

Franklin Barriga López

Víctor Hugo, uno de los más prominentes escritores franceses, escribió “El Jorobado de Notre Dame”, célebre novela publicada en 1831, donde Quasimodo, deforme, sordo y apasionado, junto a la gitana Esmeralda, protagonizaron páginas de condescendencia, honor y valentía, en el marco de la emblemática construcción que data de hace más de ocho siglos.

Este libro fue uno de los enjundiosos elementos para la defensa del arte gótico de la ciudad de París y para convencer a las autoridades de la necesidad de proteger el patrimonio histórico que, en Francia, constituye elemento insustituible para lo que se llama turismo cultural, que trae consigo cuantiosas cantidades de divisas, además de reafirmar la merecida fama de ilustrada que caracteriza a esa refinada población.

El incendio que consumió parte de Notre Dame activó alarmas en torno a la necesidad de prevenir hechos de esa magnitud, que atentan a bienes llenos de tradición, baluartes de identidad y pertenencia. En España, se ha procedido con celeridad: ha sido convocado un Consejo de Patrimonio Histórico Extraordinario para analizar los planes de salvaguarda al respecto, en casos de emergencia de lo que no está libre ninguna edificación patrimonial. Se ha enfatizado lo imprescindible de la prevención.

A Quito, la Unesco le declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad, por sus no pocas muestras que justifican plenamente esta honrosa designación. Basta referirse a San Francisco o a la Compañía para darse cuenta lo que sucedería en caso de un percance como el de la capital francesa, en donde centenares de millones de euros casi de inmediato han sido puestos a disposición, para la plena restauración de esa joya de la civilización occidental. ¿Sucedería lo mismo en un supuesto y similar caso en nuestro país?

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